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Acoso al peatón

Hace dos años y pico me convertí en peatón modélico y vocacional. Bueno, me convirtieron los poderosos argumentos esgrimidos en la vía pública por la Comunidad y el Ayuntamiento con su conocida exhibición de talas, zanjas interminables, pavorosas máquinas, estrechamiento o desaparición de calles, ruido infernal, obvio desdén hacia la angustia de conductores y transeúntes, caos. Quizá hubieran podido convencerme también con razonamientos pacíficos, como los manejados en la didáctica exposición Ecología de andar por casa, que se ha celebrado durante el mes de octubre en el pabellón Villanueva del Jardín Botánico, mas para entonces mi reciclaje estaba atado y bien atado. Me gustó, no obstante, la cándida muestra, organizada por la Consejería de Medio Ambiente y Desarrollo Regional de la Comunidad y en la que, a base de paneles y utensilios capaces de aminorar la contaminación, se intentaba reeducar a los madrileños. Uno de los consejos rezaba así: "Haz excursiones urbanas para observar los animales... (no tuve más remedio que añadir mentalmente "y las animaladas").De todos modos, me puse muy contento al leer que "un peatón no contamina nada" y que el usuario del transporte público poluciona, en el buen sentido, un 10% menos que si utilizara su coche. ¡Ése era yo!, yo, que me hago a pie los trayectos más heroicos y luego regreso a mi base, sin meterme con nadie, en el autobús de la EMT. Yo: paradigma del civismo, espejo de ciudadanos.

Pues bien, por la fuerza moral que este halo de santidad urbana me confiara, puedo afirmar y afirmo que la actual campaña de acoso sancionador al transeúnte emprendida por el Ayuntamiento es falaz e incluso prevaricadora. ¡Cómo se nota, además, que quien decreta tan injusta norma va "sentadito en su coche" y con escolta, como Prim!

Nos echan la culpa. Por nuestra mala cabeza, han aumentado en Madrid los atropellos. Las multas que han empezado a imponerse -nos explican- son buenas, didácticas, disuasorias, por nuestro bien y, sobre todo, por el de esos pobres viejecitos que van como locos y que sin duda agradecerán el gesto del agente que se interpone, amable, en su trayectoria para imponerles una sancioncilla de 3.000 pesetas. ¡No están solos en la inhóspita macrópolis, un ángel de la guarda (municipal) vela por ellos!

Y yo respondo: en primer lugar, ¡hombre de Dios!, ¿cómo no van a incrementarse los accidentes de peatones?, ¿cómo no habrían de aumentar en una ciudad cuya esencia histórica está siendo arrasada sistemáticamente para favorecer al coche, en una ciudad cuyas obras públicas (incluso las presuntamente terminadas, como la paradigmática plaza de Oriente) acrecientan el desorden circulatorio? En segundo, ¿han caminado alguna vez nuestros prohombres edilicios por las calles de Madrid? ¿Quién protege al viejecito que tiene que escalar la pina calle de Atocha buscando un remoto semáforo, al que ha de descender por Zurita, plagada de trampas mortales, o cruzar la calle de la Fe, o subir por la embarrada Ave María? (vi en ésta a un ciego de color que torció, milagrosamente intacto, por Caravaca y di gracias al Señor Dios de los Ejércitos). ¿Saben esos líderes carismáticos que en la mayoría de los cruces con semáforo de la Castellana es necesario adoptar el paso de los bersaglieri, o al menos el de la Legión, y que los dichosos viejecitos tienen pocas probabilidades de abonar su multa (por lentos), ya que antes les habrá dado el infarto o habrán sido convertidos en palimpsesto por la rugiente, e impaciente, horda de vehículos?

¿Quién protege al peatón en los pasos de cebra, miles y miles, ni siquiera señalizados con luces intermitentes? ¿Quién multa en ellos a las motos, coches y autobuses que no respetan su primacía? Hablando de la Castellana, ¿conocen a fondo el paso de cebra existente a la altura de la Escuela Superior del Ejército y donde no se detiene ni Dios, con perdón; cruzan por el paso con semáforo (que se abre sólo unos segundos para los transeúntes) frente a García de Paredes, o por el otra vez de cebra a la altura de Alcalá Galiano?

Vayan, vean, comparen y si encuentran algo mejor, ¡suicídense! Y no nos vengan con falacias, porque lo que hay es un inmenso afán recaudatorio. Será para rellenar el "agujero Barea", digo yo.

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