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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Niños explotados

MÁS DE 250 millones de niños, lo que equivale al total de la población de Estados Unidos, trabajan hoy en todo el mundo en unas condiciones que van desde la precariedad e inseguridad hasta la más absoluta explotación y la práctica esclavitud. Es una vergüenza intolerable a finales del siglo XX y, sin embargo, unos la fomentan, otros la comprenden y otros la ignoran. Representantes de 40 países se han puesto de acuerdo esta semana en Oslo, en la Conferencia Internacional sobre Trabajo Infantil, en acometer un plan de acción destinado a mitigar este cruel fenómeno, hoy paradójicamente tan actual como lo era cuando Charles Dickens lo describía en el siglo XIX.La conferencia, convocada por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Gobierno noruego, no es la primera dedicada a este problema que afecta ante todo al mundo subdesarrollado, pero ni mucho menos ajeno a los países industrializados. Porque también en nuestras sociedades del bienestar existen múltiples prácticas de explotación de menores. Sólo cabe desear que Oslo tenga mayor repercusión que otras conferencias anteriores. Ha puesto especial énfasis en las condiciones necesarias para que los menores puedan acceder a la educación en vez de verse obligados a alquilar su fuerza de trabajo. Lamentablemente, tan evidentes son las condiciones requeridas como las dificultades de implantarlas a corto plazo en los países más afectados.

Porque presuponen condiciones socioeconómicas que exigen un escenario de desarrollo muy alejado de la realidad actual y un compromiso de los países ricos de mayor participación para combatir la pobreza. El 0,7% del PIB de ayuda al desarrollo, una meta razonable que muy pocos países cumplen, ha vuelto a ser un objetivo y, en gran medida, una promesa de los participantes en la conferencia de Oslo. El tiempo dirá si hay hoy mayor sinceridad en tal compromiso. Hay motivos para el escepticismo.

Todos reconocen la complejidad del problema. Prueba de ello fue una conferencia paralela en la que los principales protagonistas fueron precisamente los niños, las víctimas de esa explotación que viola los derechos humanos más elementales y que las condena de por vida a la explotación al negarles el acceso a la educación y formación imprescindibles para una defensa de sus derechos. Éstos se quejaron de haber sido ignorados por quienes discutían sus problemas muy cerca de allí, en la capital noruega.

Sería una simpleza pensar que prohibiciones para el trabajo infantil como las vigentes en la mayoría de los países desarrollados iban a acabar con el sistema de estas injusticias y el abuso sistemático de los niños. En las condiciones imperantes en el Tercer Mundo, este trabajo es, para muchos niños y adolescentes, imprescindible para la subsistencia de la familia. Y además, una alternativa a las opciones, aún más dramáticas, de la criminalidad y la prostitución.

La explotación del menor es un drama insoportable. El cuidado de niños, ancianos y enfermos, de las personas indefensas, define a todo colectivo humano. Si Oslo logra establecer unos mínimos mecanismos efectivos para hacer frente a esta vergüenza habrá sido un éxito. En caso contrario habrá sido una conferencia más de hueca retórica humanitaria.

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