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Una parábola para nuestra época

La mayor parte de las novelas, obras de teatro y películas relativas a crisis contemporáneas sufren, en opinión de este quisquilloso historiador, de una excesiva simplificación de los temas tratados y, con excesiva frecuencia, de una descarada distorsión de los hechos conocidos, como en el caso, por poner un ejemplo, de las películas de Oliver Stone sobre el asesinato de Kennedy y sobre la presidencia de Nixon. Por eso, tengo el gran placer de poder recomendar sin reservas una reciente obra del dramaturgo británico David Edgar.La acción de Pentecost transcurre a mediados de los años noventa en un país ficticio del sureste de Europa que recuerda claramente a la antigua Yugoslavia. En una iglesia medieval abandonada, cuyos muros han estado cubiertos en las últimas décadas por murales de propaganda comunista, y luego poscomunista, una historiadora del arte descubre, bajo estas pinturas, un fresco que se parece mucho a uno de los murales paduanos del Giotto. Sus orígenes son húngaros, pero no es ni una nacionalista magiar ni una católica militante. Sin embargo, evidentemente, se enorgullece de la posibilidad de que este fresco pueda adelantar en medio siglo el origen del Giotto y transferir así a "nuestro" primitivo país balcánico el mérito de la creación del primer estilo pictórico "occidental" del "Renacimiento".

Acude a un británico historiador del arte para que la ayude a identificar las características técnicas del fresco. Su trabajo se ve interrumpido por dos sacerdotes, uno católico romano y el otro ortodoxo serbio, que afirman que el edificio y el fresco pertenecen a las ramas del cristianismo de sus respectivas Iglesias. También están presentes dos guardias bien armados enviados por el ministro de Cultura poscomunista, cuyo único objetivo es que el fresco sea trasladado al Museo Nacional de Cultura. El ministro se relame absolutamente ante la idea de las grandes cantidades de divisas que se obtendrían con la venta de entradas a las masas de turistas que se agolparían para ver la recién descubierta obra maestra del "Renacimiento".

También se une a la discusión un estadounidense, historiador del arte, completamente escéptico, que ya antes de llegar está seguro de la no autenticidad del mural, que habla despectivamente de las carreteras locales y del servicio de transporte aéreo y que menosprecia los motivos de todo el mundo, desde los dignatarios del Estado hasta los taxistas. Habla de forma enigmática de los intereses comerciales de las empresas de televisión alemanas e italianas, a las que acusa de financiar la investigación con vistas a monopolizar en el futuro las ganancias procedentes de una gira mundial del fresco.

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El ministro de Cultura, utilizando como excusa las enfrentadas reivindicaciones de los dos sacerdotes y la intervención "imperialista" de los historiadores del arte y de los medios de comunicación extranjeros, prohíbe que se siga trabajando en el fresco parcialmente descubierto. Es entonces cuando la iglesia es ocupada por un grupo de refugiados de Oriente Próximo armados. Éstos, en un primer momento, creen que están reclamando asilo en un lugar religioso, pero son rápidamente informados de que el edificio abandonado no tiene categoría de iglesia desde hace muchos años. Por unos altavoces se les insta a rendirse pacíficamente. Pero ellos plantean una demanda "innegociable" de visados y permisos de trabajo en países de Europa occidental.

Entonces tienen lugar las negociaciones entre la policía nacional y los refugiados armados. Estos últimos permiten que uno de los sacerdotes entre con una medicina para la diabetes que necesita el historiador británico. Se indignan, aunque no 1 les sorprende del todo, cuando resulta que el envoltorio del medicamento contenía un transmisor secreto que ha permitido a la policía escuchar las discusiones posteriores. A su ira farisaica se añade la noticia del valor potencial del fresco. Vuelven a reclamar los visados y los permisos de trabajo y, al mismo tiempo, amenazan con destruir el fresco si no se satisfacen sus exigencias.

Poco después, un comando. mucho mejor armado irrumpe en el edificio. Con unas cuantas ráfagas de ametralladora matan a varios refugiados y al historiador británico, no deliberadamente, sino simplemente por el método de "disparar primero y preguntar después". El fresco es destruido durante los breves instantes de violencia.

Los críticos de teatro, tanto de Inglaterra como de EE UU, han insinuado, aunque en general alaban la obra, que tiene un exceso de ideas y personajes. Pero a mí lo que me parece especialmente admirable de esta obra es la capacidad del autor para mostrar la complejidad de la actual situación político-cultural, internacional sin adoptar ninguna postura estrictamente ideológica, al mismo tiempo que construye una historia fascinante.

Muestra el conmovedor deseo de los historiadores del arte de autentificar un descubrimiento que situará a "nuestro país" (esta primitiva frontera balcánica de las rivalidades entre los Habsburgo, los otomanos y los rusos) en la corriente principal de la cultura europea. Muestra la intención del ministro de Cultura de extraer todo el prestigio y todas las divisas posibles que el descubrimiento -tanto si es auténtico como si no- pueda aportar a la élite poscomunista que dirige actualmente el país. Muestra la actitud estrecha de miras y amargamente conflictiva de los dos sacerdotes y los motivos meramente económicos de las empresas de comunicación de Europa occidental. Permite al público entender las desesperadas esperanzas de los refugiados sin empleo de Oriente Próximo y el hecho de recurrir al terrorismo contra un Occidente que es indiferente a su sufrimiento.

Es una verdadera parábola del mundo europeo contemporáneo, con sus interminables y destructivas rivalidades nacionales y religiosas, su justificado orgullo por su patrimonio artístico, sus empresarios agresivos y amorales y su incapacidad, hoy por hoy evidente, para responder a las necesidades de los pobres que están en el umbral de su puerta.

Gabriel Jackson es historiador.

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