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Cuento de Dickens con coro rociero

Sevilla se engalanó para la boda del torero Manuel Díaz con Vicky Martín Berrocal

Eran las cinco en punto de la tarde, y la novia del torero sin llegar. La sevillana plaza del Salvador volvió a registrar unos llenos que sólo se registran en días cofrades y rocieros, cuando sale la Borriquita o emprenden su marcha al Rocío los romeros de la hermandad de Sevilla. La estrella no era el novio. Ni siquiera la novia. La verdadera estrella era el cámara, que giraba una y otra vez su espectacular objetivo televisivo. Empezaban a llegar famosos. Algunos tan famosos que no los conocía nadie. "¿Quién es esa rubia?". Phlip Marlowe, el detective de Raymond Chandler, presumía de entender de rubias, pero en la plaza del Salvador tenía buenos discípulos. "Es Yvonne Reyes". "No, es la Koplowitz". "Qué va, es Marta Sánchez, que es la novia de un torero". Era María Jiménez, acompañada de José Sancho, su marido y ex marido, uno de los actores de Carne trémula, de Pedro Almodóvar.La boda era el colofón de un cuento de hadas que había empezado a escribir un émulo de Charles Dickens con coro rociero. El torero pobre se casaba con la hija rica del ganadero. El torero que las pasó canutas y que reivindica para sí una filiación de la que su hipotético padre reniega una y mil veces, se unía conyugalmente a una hermosa dama con el árbol genealógico bien colocado. Se casaba David Copperfield vestido de Manuel Díaz. Contra el cliché de la cordobesa guapa, el gentío aplaudía a rabiar al Cordobés guapo.

Los toreros eran legión. Y los iba localizando este plató espontáneo que había salido a la calle. El Soro, superviviente de ese trío descabezado por las muertes de Paquirri y Yiyo; hacían el paseíllo eclesiástico Espartaco, Jesulín de Ubrique, Litri, Javier Conde, Enrique Ponce, el último torero famoso que pasó por la vicaría. El sexo es la gran igualadora social, decía Gerald Brenan para justificar sus devaneos con una de sus sirvientas malagueñas; y el amor apuntala este desclasamiento. Sí, quiero. El novio no lo dudó. La novia, guapísima según el criterio general, tuvo algunos problemas con el velo.

Sevilla no asistía a una boda taurina desde que Paquirri e Isabel Pantoja se casaron en el Gran Poder. Porque el enlace de Ortega Cano y Rocío Jurado fue una boda rural. La pareja, por cierto, estaba entre los invitados a la ceremonia y al banquete posterior, que se celebró en la finca de los hermanos Peralta. Todo muy taurino en una tarde redonda como el sueño de la Maestranza. Fue una boda mediática. De hecho, el novio, enfundado en un traje campero confeccionado por la sastrería Fermín, especializada en vestir toreros, no respondió a la súplica de los gentiles de que les saludara; le faltó tiempo, sin embargo, para declarar su alegría ante las cámaras.

En las escaleras de la iglesia, el periodista Jesús Mariñas fotografiaba a los famosos, los saludaba y ordenaba el tráfico de invitados. "Mira, el de Tómbola". Detrás, pasaba su verdugo, Santiago Sánchez Tráver, director de Canal Sur Televisión, que decidió la supresión de dicho programa después del especial sobre la muerte de Diana de Gales.

Los participantes en los entresijos de la boda aportaban su currículo nupcial: la novia lucía zapatos de Daniela, la misma que los confeccionó para la boda de Rocío Carrasco. Daniela y Yolanda López, que se encargó del maquillaje de la novia, son colaboradoras habituales de la pasarela Cibeles. Y vestía un traje de Leonardo, diseñador argentino que, según el programa de mano, ha vestido a las novias más famosas de España, incluida Isabel Preysler. Luccino se había dejado atrás a Luccino. El torero sigue siendo el novio paradigmático de las españolas. Y de las extranjeras. Que se lo pregunten a Madonna o a Demi Moore. No acudió a la iglesia Manuel Benítez, El Cordobés. En su libro Cómo ver una corrida de toros, José Antonio del Moral establece una prueba profesional de ese nexo genético. "Físicamente preparado para el toreo y listo como un rayo", escribe del estilo de Manuel Díaz, "alterna lo clásico con alardes tremendistas inventados por su presunto padre".

En las iglesias no existe el derecho de admisión, pero ayer unos cuantos se encargaban de este peaje protocolario. Los invitados de más fuste y tronío llegaron en coches de caballos. La puerta de la iglesia parecía la puerta de una finca.

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