Apoyo vecinal para un testigo perseguido
Manifestación de solidaridad con un hombre al que simpatizantes de ETA califican de "delator" de dos jóvenes
Los vecinos de Monte Caramelo no saben de mercadotecnia. Ni que una manifestación para denunciar una campaña de intimidación contra un hombre del barrio por el entorno de ETA es mejor convocarla a una buena hora para salir en los telediarios del día. Invitaron a la concentración celebrada ayer a las ocho de la tarde al alcalde de Ermua, Carlos Totorika, no porque sea el exponente más claro del llamado espíritu de Ermua. De hecho, no confían mucho en los políticos.
Los habitantes de los barrios bilbaínos de Monte Caramelo, Masustegi y Kobetas Mendi -más de 5.000- sólo saben de solidaridad con un trabajador del barrio cuyo delito fue testificar en un juicio contra dos militantes del cóctel mólotov y la capucha. Unos 1.500 vecinos se echaron ayer a la calle para recordar que están "hartos" y que "ninguno está libre de estos valientes que tanto defienden Euskadi". Lo hicieron bajo el lema de "Una vez más, todos unidos con José Manuel".
José Manuel fue el primer testigo protegido en un juicio celebrado en Vizcaya contra dos jóvenes que habían quemado un autobús de los que habitualmente utilizan la mayor parte de los avecindados en este barrio para ir a trabajar a Bilbao.
El sabotaje se produjo el 26 de septiembre de 1995. Varios jóvenes, entre ellos Bea y Txus, obligaron a parar a un autobús con el número 58, que une el centro de la ciudad con Monte Caramelo, y le, dieron fuego para recordar el 20º aniversario de los fusilamientos de Txiki y Otaegi, en septiembre de 1975, en los estertores de la dictadura franquista.
José Manuel fue uno de los pocos vecinos que vio los hechos. Algunos fueron tras los agresores para detenerles. No les fue difícil identificar entre los atacantes a Beatriz Quintanilla Fuentes, de 22 años, y a María Jesús García Macías, de 23, militantes de Jarrai [las juventudes de KAS], y vecinas de unas viviendas próximas.
"Es un treintañero muy introvertido, no es de los que ex terioriza sus sentimientos con facilidad. La reacción de José Manuel al ver el autobús ardiendo sólo la tienen los luchadores", asegura una amiga. Ese día, el 26 de septiembre, cambió su vida. Ahora, Jose (sin acento, como le llaman su vecinos), vive entre la creciente solidaridad ciudadana y la última acción intimidatoria del mundo radical: la quema de su furgoneta el pasado 15 de septiembre.
José Manuel y varias personas más testificaron en el juicio contra las dos jóvenes detenidas por la Ertzaintza. Fue la primera vez que la justicia vizcaína estrenaba la Ley de Protección de Peritos y Testigos. Declararon tras un biombo que, les separaba del público y de las procesadas Bea y Txus. Pese al testimonio de José Manuel y de algunos vecinos más, ambas jóvenes fueron puestas en libertad tras una primera sentencia absolutoria. El recurso posibilitó que la sección primera de la Audiencia de Bilbao enmendara la plana al juzgado de lo Penal y condenara a ambas a sendas penas de dos años, cuatro meses y un día de cárcel y a pagar una indemnización de 3,7 millones. Bea y Txus quedaron en libertad a mediados del pasado septiembre, tras 15 meses de paso "por las cárceles de exterminio del Estado", según indicaron en el homenaje que les tributaron los miembros de su comparsa de fiestas de Bilbao, Kobetas Mendi, y Gestoras Pro Amnistía el pasado 20 de septiembre.
Los que pasan de biombos, fiscales, derechos procesales y hasta del mismísimo Código Penal, ya han dictado su inapelable sentencia contra José Manuel. Los colaboradores de ETA han acusado a José Manuel de ser un "delator" y no piensan parar "hasta echarle de Euskal Herria", según anunció un comunicante anónimo que telefoneó al diario Egin para reivindicar la quema de la furgoneta de este repartidor de mercancías, cinco días antes del recibimiento a Bea y Txus.
La madre de José Manuel seguía ayer en su tienda, en el corazón de un barrio de 66 familias obreras, muchas de ellas formadas por inmigrantes gallegos y andaluces. A pocos metros de la tiendita, una anónima activista de la Asociación de Vecinos San Gabriel colocaba un pasquín llamando a la manifestación "en favor de la paz y en contra de la violencia". "Estamos hartos y no nos vamos a quedar parados. La gente está respondiendo muy bien y ya no hay vuelta atrás porque estamos muy unidos", indicó en las escaleras de una vivienda unifamiliar desde la que se divisa a los lejos la estructura del recién inaugurado museo Guggenheim.
"José Manuel es muy activo por el barrio", dice la misma mujer, mientras su padre le corrige para remarcar que en realidad "es el número uno". Sus amigos reconocen que pese a la solidaridad, José Manuel tiene que recorrer una parte del camino solo: la preocupación por sus dos hijas de corta edad, su madre "y sobre todo su esposa, que es la que peor lo está pasando", comenta una amiga.
Dicen los que le conocen bienque, pese a todo, no ha pensado en marcharse. "¿A abrirse camino en otro sitio? Para nada. Bastante hemos tenido con una dictadura como para empezar ahora con otra... ".
Patxi, un inmigrante gallego entrado en años, se dirige con paso cansino hacia la concentración vecinal, que contó con el apoyo de Gesto por la Paz y de otros grupos pacifistas y de Derechos Humanos. Peina canas y pese a la sabiduría que le ha dado la dureza de la vida se llama a sí mismo "medio analfabeto"."¿Pero es que esto no se va a arreglar nunca? Les dieron la ikurriña, quitaron la policía y metieron a la Ertzaintza; ¡si les han dado todo lo que han pedido ... ! ¿Cuánto más va a durar esto?".
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