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Diálogo, ¿para qué?

Por todos lados oímos hablar de diálogo: los políticos lo practican cada vez más; los sindicatos y entidades patronales hacen lo mismo; y los creyentes empiezan a darse cuenta de que nadie posee plenamente la verdad, y es preciso dialogar con los que hasta ayer eran considerados como enemigos en la fe. Incluso ante los más rechazables actos, cabe el diálogo para intentar convivintenenios el ejemplo del violento IRA en Irlanda; y se clama por la necesidad de este diálogo con los integristas islámicos, cuya violencia supera todas las cotas que existían hasta ahora en el mundo que vive la democracia y el desarrollo técnico, insospechado hace unos años. Hasta en España se oyen voces de diálogo con HB, brazo político de ETA, según parece por la realidad conocida. Hace unos años yo mismo colaboré en un Ebro colectivo que se llamaba Negociación, y era publicado cuando todavía parecía viable el diálogo con ETA, aunque cada vez resulta más dificil y menos esperanzador.Todos reconocen lo acertado de la actitud del primer ministro, inglés, Blair, propiciando el diálogo con el brazo político del IRA. Y quizá un ejemplo también ha sido la mano dialogante ,hábil del rey de Jordania, que ha sabido evitar en su país las reacciones violentas del integrismo islámico de otros países árabes. Vemos que en los dos planos, el profano y el religioso, se impone hablar, discutir respetuosamente, intentar entendernos y llegar a alguna solución de los problemas que nos enfrentan. Porque la finalidad de la sociedad es la convivencia pacífica de todos, sin exclusión de nadie. Ya no estamos en lo España del cerrado nacionalcatolicismo en el tiempo d( Franco, ni en el antiliberal siglo XIX prototipo de aquel sacerdote catalán cuyas ideas pasaban a nuestros catecismos, y que publicó aquel nefasto libro El liberalismo es pecado, el cual marcó durante años nuestra religión católica. Y, sin embargo, a pesar de los cambios, siempre surge la tentación exclusivista, pues estamos en tiempos de involución en la Iglesia de Roma, a pesar de los gestos de ecumenismo que a veces propicia del Papa actual, excesivamente preocupado no obstante, de ortodoxias.

Este poso intolerante todavía perdura en otros aspectos de nuestro país, que es reticente con el diálogo abierto entre oponentes, o en aceptar críticas razonables de los males que nos aquejan. Y nada digamos de nuestra Iglesia española, que enseguida atribuye cualquier crítica a los jerarcas como si fuese producto de un anticlericalismo, desfasado.

Yo creo que aprenderemos todos el diálogo si sabemos leer la historia y aprender de ella, para no encasillarnos en nuestras pequeñas maneras de ver las cosas. Eso, es lo que le ocurrió en lo religioso al papa Juan XXIII. Cuando algún curial romano le traía un papel para firmar, condenando alguna novedad, se echaba a reír al decirle que eso es lo que había pensado siempre la Iglesia. Y sacaba, este Papa lleno de humor, a relucir sus estudios históricos como profesor en el seminario, y les demostraba que no siempre había sido la Iglesia tan cerrada como la querían. Yo mismo, durante el Concilio Vaticano II, me servía de las ideas de autores de hace siglos, indudablemente católicos, para abrir a los lectores a una visión tole rante de las ideas. Citaba a santo,Tomás, el mentor oficial del pensamiento de la Iglesia, que decía: "Hay que obedecer antes a la conciencia que al superior" (De veritate, XVII, 5), o aquel excelente texto de la Suma de teología (I-II, 19, 5) enseñando a los estudiantes que si a alguien le decía su propia razón que no debía creer en Cristo tenía que seguir su razón y no aceptar esa creencia de modo voluntarista, porque, si cedies el pecaría al ir contra lo que le decía su razón.

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Así resulto yo un creyente atípico sin duda, porque tomo en serio él ejercicio de mi propia razón; aunque sé que no es infalible, pero no tengo otro camino para ser un hombre consciente, y no un autómata. Y eso no es tan frecuente entre la gente religiosa, siempre atenta a lo que dice la autoridad y no la razón. Cuando murió un gran agnóstico, don Enrique Tierno Galván, publiqué un artículo en la revista de ciencias sociales Sistema, confesando que tenía toda la razón nuestro viejo profesor al decir que no podía creer en un Dios pesonal como fundamento del mundo. Yo había descubierto, gracias a santo Tomás, el cual me había convencido que de Dios no sabemos ni podemos saber lo que es, sino sólo lo que no es. Y entonces no le podemos aplicar ninguna de las características que se repiten erróneamente en los libros de teología. De Dios no podemos decir que es persona, ni sustancia ni espiritu, porque "no hay analogía entre Dios y las criaturas, y los nombres y cualidades sacados de estas últimas, como en las palabras humanas en general, no podrán convenir al Primer Principio. No es verdad que Dios sea bueno, sabio, poderoso, inteligente" (A. M. Serillanges, o. p. Les grandes théses de la philosophie thomiste). Santo Tomás combatió al islámico Averroes, pero aceptó muchas ideas suyas; y quiso cristianizar al racionalista y materialista Aristóteles, cosa que en su tiempo era una herejía, que le valió notables condenaciones oficiales. Pero hoy tiene él razón, y no sus contradictores oficiales.

De aquí sacamos una primera conclusión: el diálogo es necesario, porque cada uno somos sólo una perspectiva de la compleja, realidad. Y nuestra meta es. conocer esa realidad, que se nos escapa frecuentemente. Ya los antiguos habían dicho que la meta de la verdad es conocer lo real; y por mucho que se ha criticado esta definición de la verdad, de un modo u otro volvemos a ella con los matices que sean, como ha demostrado el catedrático de Filosofia de la Universidad de Zúrich R. Ferber.Pero ya la realidad que podemos conocer no es un bloque cerrado, sino algo más modesto: una "realidad hipotética", algo que hace 500 años descubrió el más grande filósofo de la Edad Media, precursor intelígente de la época moderna: Nicolás de Cusa. Sostenía que no había una cerrada conformidad del entendimiento con la cosa, sino un proceso trabajoso de búsqueda por medio de ensayos y conjeturas. Decía: "Nada hay en este mundo tan exacto que no pueda entenderse aún más exactamente; nada tan recto que no pueda ser más recto; y nada más verdadero que no pueda ser más verdadero" (De las conjeturas). Y el mismo Husserl, el filósofo quizá más inteligente de este siglo, fue cambiando en su criterio de búsqueda de la verdad, que es más una convergencia de probabilidades que otra cosa. "Es la acumulación de probabilidades, independientes unas de las otras, naciendo de la naturaleza de las cosas, y de las circunstancias que es preciso examinar" (Newman, The grammar of assent).

El diálogo es algo que debemos tomar en serio, no es un "divertimento" de moda, es la responsabilidad en la búsqueda de la verdad, que es su fin. No es darse golpecitos en la espalda, y hacer ver que no tiene importancia lo que piense cada uno: es ser sinceros con nosotros mismos y con los demás, sin pretender la exclusiva en ese buscar constante de la realidad.

Sólo así será fructífero el diálogo a todos los niveles, en lo profano o en lo religioso. Y buena falta nos hace en este complicado mundo

E. Miret Magdalena es teólogo seglar.

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