El espejo cóncavo
Me cuentan, y no paran, que la familia dueña del apellido al que don Ramón del Valle y Peña renunció habitaba, mal que bien, en el vilanovense pazo del Cuadrante, allá por los últimos cincuenta o los primeros sesenta de este siglo, cuando las viejas piedras eran ya asentamiento de ortigas y zarzas, cobijo de lagartos y acomodo de lluvias dóciles y finas como las que por aquí, por Galicia, usamos en tantas ocasiones. Me cuentan que los niños del pueblo tenían prohibido el paso por delante de la casa hidalga porque molestaban, y que llegado un momento, tenso y algo duro, aceptaron los Valle una enmienda transacional: podrían hacerlo, podrían los chavales deambular libremente por delante de ella, pero tan sólo a partir del momento en que gastasen pantalones largos; es decir, siguieron en las suyas: los niños continuaron sin poder pasar por delante de la casa; entonces, don Ramón del Valle-Inclán ya no vivía. De haber vivido probablemente hubiese utilizado el dato en alguna de sus obras para deleite de sus seguidores y pasmo de progres tontos. Lo habría hecho, sin duda, de forma magistral. Así lo hizo casi siempre, porque fue con esas, y no con otras piedras, con las que construyó su mundo de pazos y torres antiguas, carlistas las más de ellas, y las ocupó con fantasmas de otros tiempos.Es tan cierto su magistral uso de la pluma, así entendido, como que con ella logró crear una cosmogonía ajena a la real, esperpéntica la llamó él mismo, valleinclanesca y en principio intransferible, que él se encargó de definir taimadamente, antes, de que lo hicieran otros: "Transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas, las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas", dijo.
Cuando aplicó el espejo a la realidad menos gallega, sus seguidores hablaron de bohemia o extravagancia; cuando lo hizo sobre su propia gente, los progres tontos hablaron de literatura realista y compromiso. Se equivocaron. En Galicia había tullidos y pobres vergonzantes, limosneros y superstición, naturalmente; pero también bibliotecas como la de Andrés Muruais, a la que Valle le debe, al menos, la mitad de lo que fue. El esperpento madrileño, o español, que los más quisieron tan sólo bohemio o extravagante, pero dotado siempre de la "imagen de los héroes clásicos [que] reflejados en el espejo cóncavo dan el esperpento", por decirlo de nuevo con las propias palabras de don Ramón, era tan cierto como el esperpento gallego; la diferencia estribó en que la imagen virtual del espejo, aplicada a la realidad gallega fue tomada por real y no por absurda como Valle dejó bien advertido.
Crean que no faltan ahora ganas de seguir por ese camino, que se antoja sugerente. Pero se trataba, tan sólo, de recordar el espejo y las imágenes virtuales que, desde que fueron utilizadas por Valle, han servido a galopines varios para acercarse hasta Galicia, poner el espejo a trabajar, atiborrarse de nécoras mientras tanto y regresar luego a sus reinos de papel para dar cumplida cuenta de lo que no vieron o creyeron ver, progres tontos. Son los sexagenerios, que nunca fueron capaces de echar un polvo a derechas y acuden ahora a La Habana, para echarlo a izquierdas, a cambio de pasta dentífrica o tabletas de aspirina, hermanos qué son de las cincuentonas que se trasladan al bahiano Pelourinho por ver de aliviar las grietas causadas por el estiaje prolongado. La imagen que se sugiere no es valleinclanesca, sino simple y pretendidamente soez y producto de otro terrible espejo deformante, el que se maneja gracias al poco o mucho rencor acumulado.
Galicia está en época electoral. De nuevo están desembarcando en ella los que aquí se llaman periodistas madrileños, políticos centralistas, intelectuales mesetarios, artistas variables y de variedades, gente variopinta toda ella, dispuestos a aplicar el espejo y a explicarles a ustedes cómo somos o, lo que es peor, a explicárnoslo a nosotros. Llegan incluso ansiosos por que nos lo creamos.Lamento sacarlos del error. No nos lo creemos. Este país nunca fue así, lo siento. Espero que ustedes abandonen también la ortodoxia del espejo, la imagen virtual y opten por vernos de otro modo. Estos días pueden ser proclives para ello, permanezcan atentos a la imagen. No zapeen, que está feo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.