La carrrera hacia el mar
La tierra que atrae ahora a los gallegos que tratan de mejorar su calidad de vida es la franja costera que va del norte de A Coruña al sur de Vigo
La historia y la leyenda coinciden en que los actuales habitantes de los Finisterres atlánticos descienden de aquellos que llamamos celtas, pueblos que atravesaron toda Europa, siempre al Oeste, misteriosamente impelidos hacia el mar. Y en el Finisterre gallego el movimiento continúa. Ahora la meta no es el océano donde muere el sol, ni tampoco la tierra prometida que existía en la otra orilla, sino una estrecha franja que discurre paralela al mar, desde el norte de A Coruña al sur de Vigo. De hecho, la costa atlántica de Galicia es ya un sistema urbano o semiurbano prácticamente continuo, mientras en el interior hay zonas donde la mayor parte del Producto Interior Bruto la constituyen las pensiones de vejez. Una situación que los demógrafos consideran tan tranquilizadora como la de un barco en el que todos los tripulantes se precipitasen a asomarse por la misma borda.Entre 1961 y 1991, un millón de gallegos se buscaron la vida fuera de sus lugares de origen, según un estudio de población de la Zona Franca de Vigo; pero un tercio no salió del mapa autonómico. Teniendo en cuenta que los caladeros nacionales e internacionales de trabajo se agotaron hacia la mitad de esas tres décadas, es de suponer que la migración que persiste es la interior. Desde 1961, sólo aumentó la población en el 23% de los ayuntamientos. No todos son urbanos, pero sí prácticamente todos están en la franja costera.
Incluso tomando como referencia una categoría tan inexacta en Galicia como es la provincial, A Coruña y Pontevedra han pasado en diez años (de 1981 a 199 1) de sumar el 70,5% de la población total de Galicia al 73%. Las poblaciones que recorre la autopista del Atlántico, la espina dorsal de la franja costera, suman ya el 36%, según un estudio de los urbanistas José Luis Dalda y Anxel Viña, que aseguran que "las previsiones demográficas apuntan a una consolidación de esta tendencia de concentración". Y eso que el número total de habitantes está prácticamente tan estancado que el ministro de Sanidad, Romay Beccaría, llegó a celebrar en un mitin que a primeros de este año los nacimientos en Galicia superaban en 300 a las defunciones.
No es un fenómeno mimético al éxodo hacía las urbes que asoló el campo durante el desarrollismo. Según las proyecciones del Instituto Galego de Estadística, las provincias de Lugo y Ourense, ciudades incluidas, tendrán en el año 2011 entre un 9,5% y un 17% menos de población que en 1991. "En los años sesenta, la pesca litoral o en cualquier confín del mundo se reveló como una fuente de riqueza, y los del interior que no se fueron a Europa, a Barcelona o al País Vasco, se fueron a trabajar en la construcción, en la costa gallega", asegura el sociólogo del CSIC Manuel Mandianes. "Pero ahora allí hay tanto o más paro que en el medio rural", añade.
Las consecuencias electorales de esta migración son curiosas. Las generalizaciones demoscópicas atribuyen al PP votantes de edad mayor, con estudios primarios, que viven en el campo. En Lugo, donde la densidad de población en las sierras orientales que limitan con Asturias es de 15 habitantes por kilómetro cuadrado (35 veces menos que en las Rías Bajas) y por lo tanto es fácil de comprobar la repercusión de la consigna que Manuel Fraga repite en todos los mítines, el "pedir el voto casa por casa", los sondeos predicen el único aumento de votos del PP, con porcentajes que se situan por encima del 60%. Sin embargo, en Ourense, debido a la paupérrima demografía, Fraga tendrá un diputado menos. En cambio Pontevedra tendrá un diputado más, que se lo disputarán los votantes mayoritariamente urbanos, de edad y estudios medios, del Partido Socialista de Galicia-Esquerda Unida-Os Verdes y los del BNG, en general jóvenes con estudios universitarios.
Las causas del éxodo no se reducen a lo estrictamente económico. La más reciente crisis del campo gallego se debe paradójicamente a la excesiva competitividad de sectores como el lechero, y ya desde mediados de los años setenta, su parque de maquinaria agrícola es porcentualmente de los mayores de Europa. El sector primario es el que menos empleos genera, pero la mano de obra escasea, hasta el punto de que para labores especialmente pesadas, en el medio rural lucense se contrata en ocasiones a inmigrantes portugueses.
Tampoco las causas son sociales. "Salvo en zonas aisladas de montaña, y atendiendo no al criterio de la renta per cápita sino el más sutil de la calidad de vida, en el campo no se vive peor que en las ciudades", señala Mandianes. Según un estudio no publicado de Cáritas de Galicia, la pobreza extrema se da en zonas industriales como la de Ferrol-Narón, no en el ámbito rural de las provincias situadas en la cola del escalafón de renta por habitante, Lugo y Ourense. Cualquier aldea está, como mucho, a media hora por carretera de una villa con cine, discoteca e instituto, y los jóvenes disponen, gracias a las pensiones de los abuelos acostumbrados a una vida austera, de más dinero que los que viven en las urbes.
Sin embargo, se van, "Habría que hacer una teleserie que prestigiase la vida rural", se quejó en una reunión sobre proyectos de producción un alto responsable de TVE. "Me acaba de llamar un vecino de mi aldea que tiene una explotación de 150 vacas para ver sí puedo colocar a su hijo de policía municipal o de conserje en Santiago". Paradójicamente, el aspirante a funcionario y desertor de la empresa agrícola probablemente tendrá en unos años la aspiración de poseer una casa en el abarrotado medio rural que rodea las ciudades".
"La vuelta al campo en Galicia es sólo de fines de semana, de gente mayor que tiene apego a lo suyo", señala el sociólogo Manuel Mandianes.
Regreso a la montaña
Moncho y Tareixa, apenas rebasados los 40 años, con dos hijas de 16 y 9 años, decidieron volver a la montaña después de una experiencia de una docena de años viviendo en Fisterra (A Coruña), un puerto pesquero de unos 5.000 habitantes. El era un técnico de sonido que perdió el empleo y se quedó en paro, y ella había sido directora de un colegio público. Luego consiguió un puesto de liberada sindical en Lugo. Se animaron a rehabilitar para turismo rural una casa familiar en Doncos, una aldea de piedra, colgada sobre la carretera N-VI entre los montes de Ancares y Caurel. "Volvimos por razones familiares y profesionales", cuenta Moncho. "Para las niñas fue un cambio horrible, pasar de tener el colegueo a 20 metros a tenerlo a dos o a 20 kilómetros".Moncho no conoce en la zona donde se ha instalado a otros retornados al campo -"es rarísimo que la gente vuelva, están atados por los hijos a los sitios donde emigraron", dice- pero sí conoce unos cuanto ejemplos de jóvenes que han emprendido el camino contrario: "Un rapaz sin problemas económicos, que se fue porque quería vender una buena explotación familiar para iniciar otra en tierras más llanas, más rentables. Rompió con los padres y se fue para ir tirando de vigilante jurado".
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