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ELECCIONES EN GALICIA

La izquierda afronta con temor el ensayo de la coalición electoral

Javier Casqueiro

El próximo día 19 se verá si el olivo arraiga en la tierra de las meigas y los carballos. La coalición formada por el Partido Socialista de Galicia, Esquerda Galega y Os Verdes iba a ser la avanzadilla de una nueva forma de entender la izquierda en Galicia, semejante al Olivo italiano. Ese experimento, si triunfase, se exportaría luego a Cataluña, como pretende Pasqual Maragall; al País Vasco y a toda España. Ése era el plan del PSOE. Julio Anguita, coordinador general de IU, lo ha hecho añicos. La escisión entre Izquierda Unida y Esquerda Galega, tras pactar ésta una candidatura conjunta con los socialistas para enfrentarse a Manuel Fraga, ha dinamitado una idea que será sometida a referéndum en las urnas gallegas.

Dirigentes nacionales del PSOE atribuyen directamente a Felipe González la idea de difuminar poco a poco el PSOE como único gran referente electoral de la izquierda, en favor de sumar colaboradores entre los simpatizantes de otros partidos progresistas, organizaciones sindicales y sociales. Ese proyecto, que González estimula ahora desde una fundación, dio germen al pacto gallego entre el PSG-PSOE, Esquerda Unida-Esquerda Galega y Os Verdes. A esta coalición han adherido sus impulsos las ejecutivas de los sindicatos UGT y CCOO. Los socialistas soñaban, para ganar a la derecha, con que esa amalgama fraguara, e ilusionara y atrajera los 50.000 votos que recibió IU en las anteriores elecciones autonómicas, y retuviera muchas de las más de 200.000 papeletas que recibe el PSOE en las elecciones legislativas y que se quedan en casa en los comicios locales. Sólo la suma de todas esas hipótesis podría aupar al aspirante socialista, Abel Caballero, a la presidencia de la Xunta.

Las perspectivas, ahora, son otras. Las encuestas les conceden la mitad de los antiguos votos simpatizantes de IU; la participación se atisba no superior a la de otras elecciones autonómicas, y de la iusión inicial que Abel Caballero y Anxo Guerreiro -líderes del PSG y de EG, respectivamente destacan emocionados en sus mitines, queda la esperanza. A Guerreiro le da pavor, además, que se asocie esta inusual alianza progresista con una "probeta, experimento o laboratorio" de otras cosas. No en vano, los anguitistas tachan a Guerreiro y sus afines, sobre todo, de traidores. Un estigma. Sus socios en la coalición le siguen, naturalmente, ese juego.

Pero les traicionan sus palabras. El que en Galicia se ensayase "una de las primeras experiencias europeas de coalición entre partidos de progreso" fue precisamente lo que impulsó a Nicolás Sartorius, según sus propias palabras, a regresar activamente a una campaña electoral. Alfonso Guerra fue aún menos metafórico: "Lo de aquí es propio para Galicia, pero tendrá reflejo e influencia en toda España".

Pese a todos estos inconvenientes, pese a que los medios de comunicación públicos y muchos medios privados de Galicia les ignoran, y pese a que el Gobierno y el PP usan todo su poder para que cale la imagen de que esta coalición es una "ensalada de siglas" y una "sopa de letras", Abel Caballero sólo contempla, oficialmente, la victoria. El candidato socialista propone un gobierno de la coalición, incluso en minoría, con ayuda del BNG para sacar adelante cada año los Presupuestos. Pero en el entorno del candidato socialista, y de manera oficiosa, el triunfo no se vislumbra ni remotamente y se teme el ímpetu del Bloque, tanto si se produce el sorpasso como si la fuerza que lidera Xosé Manuel Beiras se queda a uno, dos o tres diputados del PSOE.

Un BNG acercándose a los socialistas forzaría unas negociaciones de poder a poder, que a Caballero y al sector que manda en el PSOE, afin al alcalde de A Coruña, Francisco Vázquez, se le harían ideológica y personalmente indigestas. Y eso que el radicalismo del BNG no es ni sombra de lo que fue y que su candidato, Xosé Manuel Beiras, enseñó economía a Caballero en la Universidad de Santiago. Aquel contacto entre profesor y alumno no fue malo, pero dejó asignaturas pendientes. Hace ocho años que no se hablan. Sólo si los resultados electorales lo aconsejasen, Almunia mediaría entre ambos en busca de un acuerdo para relevar a Manuel Fraga en la presidencia de la Xunta.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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