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La identidad

El ser humano necesita al parecer, para sentirse una persona en el mundo, una fuente de identificación comunitaria. Esa función se cumple en la familia, en círculos de amigos, en el país, en la nación, en el sindicato, en la hermandad y en tantos sitios más. La integración en una comunidad con rasgos políticos definidos es muy importante y suele estar ligada a una compenetración con la lengua que se habla y en la que se piensa; en todo ello se mezclan intereses muy espirituales y muy materiales.En toda Europa, por no hablar de otros sitios, el sentido de la pertenencia nacional tiende a verse de alguna manera sobrepasado por las necesidades de la europeidad, que se plasma en instituciones acuerdos, normas y otras cuestiones que afectan más o menos a nuestros modos de vida; en algunos países la tensión se siente de una manera más inquietante, como en Gran Bretaña, en la que se da eso que podríamos llamar problemas de identidad más que en otros.

De manera distinta y más aguda, en España hay una de esas crisis de identidad. El sistema político anterior procedió a una tarea tan intensa y abrumadora de homologación de una parte (la vencedora gobernante) con la nacionalidad española que no sólo sentó las bases de un pujante reflorecimiento de las identidades nacionalistas territonales (según el mecanismo que en su tiempo señaló Tertuliano: la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos), sino que de alguna manera desprestigió, si se puede decir así, la nacionalidad española ante los propios nacionales; sentirse y obrar como español es cosa que hacen muchos, naturalmente; pero proclamarlo con soltura y sin complejos no es tan habitual; incluso hay gente que lo hace excusándose.

No soy profeta (gracias a Dios; es una profesión de mucho riesgo, como enseñan libros antiguos y modernos) y no soy capaz de predecir lo que sucederá en Europa con los sentires nacionales vinculados a los grandes Estados-nación; por el momento, una cierta debilitación de esos sentires quizá venga bien para la construcción europea. Pero, en cualquier caso, sentirse "europeo", cuando a la mayor parte de la gente se le enseñó otra cosa, no es fácil; la europeidad es, me parece, y por ahora, más una elección de la cabeza que del corazón. El hecho es que la gente se precipita a identificaciones emotivas más próximas y más reducidas. En España la tendencia ha sido favorecida por la situación de los nacionalismos históricos y por los intereses políticos de las clases gobernantes que se ocupan de ese mundo en expansión (presupuestaria y competencial, digamos) de las comunidades autónomas. Asistimos a una intensa exaltación particularista, que se hace compatible con los intereses "como europeos". No me gusta herir los sentimientos ajenos, incluidos los que no comparto, pero en algunos casos parece que se actúa bajo el lema "por el campanario hacia Europa", trasunto débil de aquél que martilleaba mis oídos adolescentes: "Por el imperio hacia Dios".

No sé cómo se llega a la europeidad desde la exaltación particularista, pero todo es posible, supongo; lo que sí sé es que esa exaltación me produce cierta preocupación, en cuya raíz debe estar mi ignorancia, y, de todos modos, sonrojo, que no puedo evitar. Hace pocos días supe, y casi por casualidad, que en Valencia, no sé la fecha, fue rechazado por la autoridad educativa competente un libro de geología porque proponía como ejemplo de formación "cárstica" la ciudad encantada de Cuenca, lugar limítrofe, pero en fin extraño, a la Comunidad Valenciana. En Andalucía he visto libros de texto con referencias a monumentos romanos "exclusivamente" andaluces (y que los hay, excelentes, en Itálica, por ejemplo); nada de acueducto de Segovia, arco de Bará, coliseo romano o arco de Constantino, obviamente "no andaluces"; no tuve curiosidad por comprobar si los textos autorizados en Andalucía excluían, en su momento, el románico, del que en la región no hay, que digamos, ejemplares. Pero que nadie se regocije: estos ejemplos escolares pueden encontrarse en todas las zonas que están fuera del territorio MEC, próximo a desaparecer.

Por caminos insondables (que así son los caminos del señor), a lo mejor están haciendo excelentes ciudadanos europeos, y, más aún, universales; mientras tanto, asistimos a esta proliferación de entusiasmos que podríamos llamar "cantonales", que buscan, además, fórmulas en las que conste claramente la diferencia de cada cual (las famosas "señas de identidad"), lo que hacen compatible con el sentido de la emulación más envidiosa, de donde resulta que todos quieren ser diferentes a la par que muchos quieren ser iguales, y, sobre todo, muy "europeos" (la bandera azul con las estrellas que no falte).

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