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Biblioteca de Babel

El Galeón está varado en el dique seco de Sagasta, lastrado por el sobrepeso de papel que rebosa de su bodega sobre la acera. El Galeón es una librería en permanente estado de sitio, barricadas y parapetos de libros, muros enladrillados con los tomos de miles de volúmenes que conservan restos de un orden riguroso. En el tenderete que exhibe los saldos al aire libre y en los montones apilados en el interior reina la promiscuidad más ciega, caprichos de un azar que ha sepultado a Joyce entre manuales de jardinería y bricolaje y ha castigado al exquisito Borges a morar en esta biblioteca de Babel, emparedado entre números tomos de los Episodios de Galdós en una edición barata patrocinada por una entidad de ahorro.A este galeón le crecieron los libros que guardaba como plantas tropicales que hubieran viajado de ultramar almacenadas en su bodega. Una floración incontrolada y asfixiante que invade el interior de la nave y carga la atmósfera con millones de partículas de polvo (polen) que exhalan las hojas de los libros-planta. Los libros engullen espacio y luz y poco a poco, inexorablemente, van arrinconando al librero en un mínimo reducto a popa que se comunica a través de sinuosos y angostos senderos con la cubierta de proa.

El galeón sólo podría salvarse mediante un abordaje masivo, de voraces lectores que aliviaran el peso de las estanterías con incontenibles ansias compradoras. Incluso la cleptomanía, llega a pensar el cliente ante la falta de cualquier medida de seguridad, podría ser bien recibida por el librero galeote, apresado en su propia embarcación, cautivo de las letras, forzado de la cultura libresca. Pero cualquier irrupción, ya sea de lectores voraces o de cleptómanos furiosos, en la atestada librería resultaría gravemente peligrosa, cualquier movimiento mal calculado podría desencadenar un seísmo, una cadena de derrumbamientos de imprevisibles consecuencias.

Se trata de un peligro improbable porque los clientes del establecimiento suelen entrar de uno en uno y con muchas precauciones en el vientre de la nao, donde se mueven con cautela y hablan en voz baja por miedo a provocar un alud. A los cinco minutos de entrar en el local, si el cliente solitario es proclive a la claustrofobia, y tal vez aficionado a la literatura fantástica, empieza a imaginar que las paredes tapizadas de libros avanzan sobre él, que la habitación se estrecha y se ciegan los caminos que . conducen a la salida.

Pero el aire viciado de este invernadero obra como una droga sobre otro tipo de clientes que se pierden gustosos en el laberinto, embriagados por el, aroma rancio de la tinta y el papel, obnubilados en un bosque de títulos y autores en el que resulta prácticamente imposible encontrar lo que se va a buscar pero siempre se encuentra algo que en otro tiempo se buscó con ahínco hasta que se dio por perdido. Portadas de olvidados libros de bolsillo, que un día fueron hitos de nuestra educación intelectual y sentimental, nos llaman: autores que se creían extinguidos para siempre, ahogados en la vorágine editorial y en las mareas de las modas, emergen por un instante a la luz.

De su incursión en los bajos fondos de la nave, el cliente ha salido con un libro azul de pequeño formato, corto de páginas y pleno de misteriosas intuiciones. Un fragmento de vida, de Arthur Machen. En el último momento agrega una revista del baratillo de la puerta, un ejemplar de saldo de la extinta y gloriosa revista Historia y Vida en cuya portada figura un sombrío y achulado retrato de Mariano José de Larra. En las páginas interiores, Néstor, Luján entrevista al fantasma de Fígaro, perpetuamente cabreado.

Emponzoñado por el aroma de los libros de viejo, él cliente decide proseguir su excursión hacia el baratillo de la cercana Plaza de Santa Bárbara, al quiosco higiénico-literario que comparten en ejemplar simbiosis una librería de ocasión y unos urinarios públicos. Luego, si no se demora mucho en el templete, podría echar una ojeada a la sección de ofertas de un supermercado literario de, la calle del Cardenal Cisneros, que este mes promociona, a precios sin competencia, novelas de Torrente Ballester, Sender, Delibes, Max Aub, Cela..., ediciones con la fecha de caducidad.

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