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VUELTA 97

Jalabert resucita en Ávila

Un gran ataque del ONCE frustra una nueva escapada de Jiménez y Richard

Laurent Jalabert sentenció la Vuelta que ganó en 1995 al imponerse en la octava etapa con final en Ávila. El año pasado, en cambio, llegó delante del coche escoba, enfermo. Ayer resucitó tras dedicarse casi toda la Vuelta a trabajar para Zülle y se tomó una cumplida revancha, aunque tuvo que escuchar en la meta unos injustos silbidos del público por quitarle el triunfo al corredor de la tierra, José María Jiménez. Esta vez no fue consecuencia directa del enfrentamiento endémico ONCE-Banesto, pero casi como si lo fuera. Manolo Saiz, el director del ONCE, muy molesto con toda razón, volvió a recordar que de tanto sembrar guerras se recogen tremendas antideportividades.El Chaba Jiménez dio un nuevo espectáculo, pero no pudo mantener como el día anterior una escapada exactamente igual con el suizo y campeón olímpico, Pascal Richard. En ambos casos fueron cazados en el último kilómetro Pero lo que no pudieron el jueves Clavero y Heras, al contraatacarles espléndidamente Jiménez, sí lo consiguió ayer Jalabert, que llegó tarde en Los Ángeles de San Rafael.

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El triunfo del corredor del ONCE fue todo un ejemplo del trabajo de equipo. Jiménez y Chente García Acosta, los dos hombres del Banesto, junto a Richard (Casino) y Colagé (Refin) saltaron en el kilómetro 125, al comienzo del puerto de Mijares, de primera categoría, y poco después se quedaron ya solos Richard y Jiménez. Sus ventajas oscilaron sobre los dos rninutos y siempre con las reticencias del suizo, muy justo de fuerzas, a colaborar en la escapada. Incluso tras coronar el último puerto de Navalmoral, de segunda, el parón de ambos fue crucial. Saiz le preguntó entonces a Jalabert si estaba con fuerzas y al contestarle que sí puso a todo el equipo a trabajar para neutralizar la escapada. No era fácil, pero también colaboraron el Cofidis y el Festina. Aunque Jiménez atacó en el último empedrado ya tenía encima como una locomotora incluso a Zülle tirando de Jalabert. Y el francés impuso su tradicional fuerza en las llegadas en cuesta a Ivanov y Dufaux.

La suerte del triunfo absoluto de Zülle, si es que no estaba ya suficientemente echada, se acabó de echar ayer y lo estará aún más hoy con la contrarreloj. La misión imposible del ataque de Escartín o Dufaux (el suizo rebajó al aragonés seis segundos más en la general) se cumplió. El precedente histórico era irrepetible. Faltaba la calidad del protagonista. Fue en la edición de 1983. Cinco años antes, en la de 1978, Bernard Hinault había ganado la primera de sus diez grandes rondas. Cinco Tours, tres Giros y dos Vueltas a España iban a completar el florido palmarés del gran campeón francés entre otras muchas carreras menores. Mientras su primer triunfo en la ronda española se fraguó casi a mitad de la Vuelta y fue mucho más cómodo, el segundo marcó uno de los grandes hitos de la prueba. Faltaban sólo tres etapas y Julián Gorospe, entonces en el Reynolds, se había colocado líder dos días antes, pese a haber sido superado por Hinault en la contrarreloj de Valladolid. Pero el Caimán dio un recital camino de Ávila y se merendó la Vuelta por delante del ganador el año anterior, Marino Lejarreta, en esa época en el Alfa Lum italiano. La demostración de Hinault quedó como la más gloriosa e histórica exhibición en este tipo de etapas por la sierra de Ávila. Pero Hinault no era Escartín ni Dufaux, evidentemente. Era una estrella enorme y ahora la Vuelta se tiene que conformar con lo que puede o lo que tiene, no con lo que quiere.

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