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FÚTBOL PRIMERA CRISIS DE LA TEMPORADA

Eclipse en Valladolid

La destitución de un entrenador coloca en una grave crisis a un club modélico que está a punto de ser puesto en venta

Luis Gómez

El Valladolid se había ganado el derecho a residir en la Primera División como un modesto ciudadano de clase media, sin más apuros de los necesarios para llegar a. final de mes. Sus propietarios, la familia Fernández, poseedora del 90% de las acciones, habían puesto las cuentas en orden y encontrado la pieza que encajaba, un técnico como Vicente Cantatore, querido en la ciudad, sencillo y persuasivo en sus actos. Es un técnico que no chilla: Cantatore corrige. El Valladolid predicaba su imagen de marca: el éxito económico, debía conducir al éxito deportivo. Han bastado 15 días para que el edificio se derrumbara. El Valladolid está ahora en la ruina moral. El club modélico es hoy el club al que todos señalan con el dedo. En su piel se han reproducido todos los males del fútbol.El balance es una pura contradicción, pero es un caso singular para describir (y de paso comprender) cómo es el negocio del fútbol. En el activo, cinco años de gestión tras eliminar del todo 2.000 millones de pesetas de deuda, un estadio modernizado con 26.000 asientos, una cifra récord que superaba los 18.000 abonados, un contrato televisivo que, a diferencia de otros, protegía al club de una crisis económica si descendía a Segunda División, la posibilidad de un tercer año con beneficios (300 millones de pesetas en el presupuesto) y un equipo en la UEFA. En el pasivo, tres derrotas en la Liga y, sobre todo, un despido en directo a través de las ondas de la radio. El balance así descrito cuadra de la siguiente manera: los aficionados piden la dimisión de los gestores del club. Eso, en el negocio del fútbol, equivale a ruina: un club no puede prosperar de espaldas a su ciudad.

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La historia tiene todo el aspecto de acabar mal. Marcos Fernández (35 años) y Ángel Fernández ( 32 años), los hijos del presidente, no pueden salir a la calle en Valladolid. Son repudiados. Vicente Cantatore es un héroe en la ciudad, un caso único en el fútbol español (y ya es decir bastante a estas alturas), agasajado hasta altas horas de la madrugada después de perder tres partidos. Y el presidente, Marcos Fernández padre, asiste a distancia a lo que sucede desde un hospital de Seattle, donde lucha contra una grave enfermedad. La afición ha dictado sentencia: los hijos son los culpables. Los condena mientras ensalza a Cantatore y respeta el dolor del padre. Lo más probable es que el divorcio se consume del todo: el Valladolid terminará cambiando de dueño en un futuro no muy lejano.

No había forma de presagiar un desenlace parecido el pasado lunes 2 de septiembre, cuando el Valladolid inaugura la temporada ante el Betis, después de un verano exitoso. Era un partido comprometido que se resolvía favorablemente. Todo era satisfacción en el minuto 85, un momento susceptible de marcar una línea divisoria en el tiempo. Antes del minuto 85, todo era de color blanco. A partir del minuto 85, el blanco se fue oscureciendo repentinamente. Llegó el eclipse. Aquel maldito gol de Vidakovic pareció cambiar el biorritmo de la institución. Y de qué manera: en cinco minutos, el Betis consiguió tres goles. La victoria se convirtió en derrota, la paz en guerra civil, la calma en calvario, el beneficio en ruina.

Los jugadores fueron los primeros testigos de que, bajo la superficie, asomaban las ramificaciones de un soberano conflicto. Cinco días después de la derrota ante el Betis, el Valladolid sufría una goleada en el Calderón ante el Atlético (5-0). Al vestuario bajó Ángel Fernández, consejero, delegado, para dar ánimos. Lo típico de estos casos. "Venga, muchachos, no pasa nada, ánimo...".

-¿Ánimo? ¡Ustedes hicieron mierda el equipo!

Era la voz de un Vicente Cantatore desconocido, fuera de sus casillas, increpando duramente a uno de los propietarios del club delante de sus jugadores.

El incidente pasó desapercibido. Días después, sobre la superficie parecía volver a reinar la calma. Todos ponían de su parte para difundir un diagnóstico tranquilizador. No había pasado nada: el Valladolid también perdió ante el Betis y el Atlético la pasada temporada. Había sufrido una goleada, cierto es, como hace un año ante el Barcelona (6-0). Las cuentas cuadraban: una victoria el sábado ante el Salamanca, equivalía a igualar el número de puntos cosechados a idéntica jornada respecto de la campaña anterior.

Para completar el escenario, los hijos del presidente, que ya habían firmado una especie de pacto de silencio con el entrenador, acudieron al vestuario. Era viernes, a 24 horas del partido. Querían dar un mensaje de calma, imponer autoridad y advertir que todos debían cuidar el tono de sus declaraciones, entre otras cosas para no preocupar al presidente, que estaba al tanto de todo lo que se publicaba sobre el club a través de Internet. Hablaba Marcos Fernández hijo, vicepresidente, y desde hace medio año, presidente en funciones, cuando de pronto sonó la voz de Cantatore.

-¡Eso es demagogia barata!

-Vicente, ¡no me toque los cojones!

-¡No me los toque usted!

La discusión siguió en términos parecidos a la vista de toda la plantilla. Veinticuatro horas después de aquello, el Valladolid sufría una nueva derrota.

La crisis había aflorado a la superficie. Los jugadores fueron los primeros en vivirla. La prensa llegaría un poco más tarde. Y bajo la superficie, el origen del mal, un asunto muy típico del fútbol.

En Valladolid reinaba la calma este verano: el equipo practicaba una excelente pretemporada y los aficionados presentían otro año de excepción, algo parecido a la pasada campana en la que el Valladolid nunca bajó del octavo puesto. Ése era el sitio donde quería ubicarse el club, en una parcela discreta, sin pretensiones, alejada de¡ ruido. Pero el asunto muy-típi-co-del-fútbol no era otro que el del distanciamiento entre el secretario técnico Ramón Martínez y el técnico Vicente Cantatore. En medio, un turbio tejemaneje sobre las comisiones por el fichaje de ciertos jugadores insuficientemente explicado por ambas partes: Ramón Martínez no habla de eso, los gestores del club acusan a Cantatore de escoger jugadores de un sólo intermediario y Cantatore se defiende sin datos, se limita d decir que ha sido gravemente ofendido.

El verano fue ciertamente tormentoso en Valladolid. Ahora se sabe. Alguien introdujo la sospecha de que Cantatore obraba en favor de un sólo intermediario y esa sospecha contaminó las relaciones entre el técnico y los gestores del club. Las contaminó hasta tal punto que la convivencia se hizo incómoda para todas las partes: la desconfianza mutua hizo el resto. La descofianza y la inexperiencia: Marcos y Ángel Fernández no eran hombres del fútbol, no conocían sus códigos. Un club no es una empresa como otra cualquiera, un entrenador no es un simple empleado de primer nivel... un despido no se negocia discretamente.

Marcos ha entendido ahora su error, pero es tarde. Quiso pedirle ayuda al periodista José María García y terminó convirtiéndose en una víctima de la radio en directo. Hace una semana, Marcos razonaba que

Viene de la página 46uno de los éxitos de la gestión del Valladolid era precisamente el hermetismo en el que se movía el club como consecuencia de ser propiedad de una empresa familiar: las decisiones las tomaba con su hermano y podían ser tan ejecutivas como ellos quisieran. Los hijos no tenían el carisma de su padre, pero eso les permitía maniobrar con discrección. No eran hombres de declaraciones públicas, ni buscaban una plataforma de lanzamiento en el fútbol. Toda su vinculación con este deporte fue haber sido socios del Atlético cuando eran pequeños y residían en Madrid. Ángel Fernández llegó a jugar al fútbol: "Era lateral derecho, era un manta en España; luego, me fui a estudiar a Estados Unidos y allí era un monstruo". Ángel es tranquilo, Marcos impulsivo. Estaban torturados por un verano de desavenencias, de viajes de ida y vuelta con jugadores de segunda fila, no soportaban que Cantatore reclamara que le faltaban un par de jugadores después de lo que había pasado. Y que lo hiciera a su estilo, pausado, sin perder los nervios.

El pasado domingo, Marcos cometió el error de ir a la radio y acusar gravemente a Cantatore. Ya no eran sólo los jugadores los testigos del caso. El lunes por la noche escuchó la voz de Cantatore por la radio mientras cenaba en una bodega y decidió repetir suerte.

Buscó el cara a cara. Perdió los nervios y le despidió en directo. Sus palabras han pasado a engrosar el ya voluminoso anecdotario del fútbol español.

-Y te voy a dar el gustazo de decirte ahora mismo que estás absolutamente destituido.

Fue un éxito radiofónico a costa de un soberano patinazo. Las consecuencias van a ser muy graves: los directivos despiden al técnico y la ciudad parece haber despedido a los directivos. La reacción no encaja en los manuales del fútbol. Es novedosa en ese punto: a un técnico que ha perdido tres partidos se le despide e, inmediatamente, se le olvida. Salvo en Valladolid. Valladolid era otra cosa. El Valladolid era otro club. Era un club serio, sobrio y discreto. Por esa imagen habían luchado Marcos Fernández y sus hijos, dueños de un imperio inmobiliario en la ciudad. Marcos decía hace una semana: "La afición de Valladolid está orgullosa de su club porque es escrupuloso, porque siempre tiene sus papeles en orden, porque no dice que va a ganar la Liga. Esa es nuestra imagen y la afición lo ha aceptado". Posiblemente, tenía razón. Por eso, la acción no aceptó esa forma de destituir al entrenador.

No volverán al palco

Marcos y Ángel no volverán al palco. Lo hicieron el martes durante el partido de la Copa de la UEFA [no pensaban hacerlo, pero temieron que su ausencia pudiera interpretarse por cobardía] y el público les rechazó unánimemente. Dicen haberse equivocado en la forma pero no en el fondo. Cantatore controla la situación porque domina los silencios. Él conoce los códigos del fútbol. Un club es un negocio muy particular. El Valladolid era una empresa modelo; ahora es un club en crisis. Bastaron unos minutos de radio en directo. Ahora, el club-empresa está en venta.

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