¿Quién mandas? ¡Quién sabe!
La pasada cumbre de la OTAN ha dado la impresión de que en política internacional se hace lo que los Estados Unidos dicen. Pero no es menos cierto que los Estados Unidos distan de tener claro el papel que quieren jugar en el mundo. Diversos planteamientos, que cuentan con respaldo en su sociedad, compiten para conformar ese papel.Los neoaislacionistas consideran que, tras la desaparición de la URSS, nadie amenaza la integridad de los EE UU. Están convencidos, además, de que entre la Unión Europea, Rusia, China y Japón existe un equilibrio de poder que hace innecesaria la presencia militar estadounidense en Eurasia. Llevan este enfoque hasta el punto de mostrarse dispuestos a retirarse de la OTAN y, desde luego, de Bosnia. También consideran que abstenerse de intervenir es la actitud más recomendable ante conflictos regionales, étnicos o en crisis humanitarias. No confían en la capacidad de la ONU para resolver estas situaciones, pero optan por reducir el uso de la fuerza a la autodefensa. Esto hace que reclamen unos recursos para defensa menores que los que piden otros. Del orden del 3,3% del PIB y 1,2 millones de personas en armas.
Los partidarios de los compromisos selectivos parten de que lo que puede amenazar la seguridad de los Estados Unidos son las tensiones y guerras entre potencias importantes. Por eso, más vale -piensan- que los EE UU participen directamente en conformar las relaciones militares en áreas como Europa y Asia Oriental, creando equilibrios de poder con su participación preeminente. Esto significa, en Europa, mantener la OTAN sin ampliarla o haciéndolo limitadamente; ante conflictos regionales y étnicos, practicar la contención, y en crisis humanitarias, la intervención selectiva. En lo que se refiere al uso de la fuerza, preconizan su utilización discriminada, aunque no ofrecen criterios claros para discriminar. Reclaman un presupuesto de defensa del 4% del PIB y 1,35 millones de efectivos en las Fuerzas Armadas para estar en condiciones de librar simultáneamente dos grandes conflictos regionales.
El punto de partida de quienes defienden la seguridad cooperativa es que la paz es indivisible. Vivimos en un mundo -dicen- caracterizado por la interdependencia estratégica, en el que una agresión en cualquier sitio es un peligro para todos. Esto lleva a sus partidarios a asumir una frecuente utilización de la fuerza y a preconizar la intervención casi indiscriminada en conflictos regionales, étnicos y ante crisis humanitarias, a ser posible a través de organizaciones internacionales, y siempre, eso sí, sosteniendo altos valores. Respecto a la OTAN, recomiendan que asuma nuevas tareas y amplíe sus miembros sin restricciones. La aplicación de una política así es costosa y requiere fuerzas suficientes para llevar a cabo simultáneamente operaciones en dos conflictos grandes (no se atreven a descartar esa eventualidad) y en varios conflictos regionales menores. Para ello hace falta no menos del 4,3% del PIB y 1,5 millones de efectivos.
Finalmente están quienes promueven la primacía. No les gustan los equilibrios de poder y su planteamiento básico es que la paz sólo puede ser el resultado de un desequilibrio de poder ampliamente favorable a los EE UU que desaliente a los rivales potenciales y tranquilice a los socios. Piensan que del colapso de la bipolaridad no debe surgir la multipolaridad, sino un réimen con los EE UU como hegemón benigno, comprometido con la defensa de la paz y de objetivos liberales. El problema es, pues, evitar que surja un rival competidor a escala global o hegemones regionales. La atención debe centrarse en Rusia, China, Japón, Alemania y Francia. La OTAN debe ser ampliada cuanto más mejor. Ante los conflictos regionales y étnicos, la recomendación es contenerlos, pero sin descartar las intervenciones discriminadas, que también pueden hacerse necesarias en crisis humanitarias y sin contar con la ONU; es decir, usando la fuerza a discreción. Los recursos para poder hacerlo son más de un 4,3% del PIB y unas Fuerzas Armadas con no menos de 1,6 millones de efectivos.
Cada uno de los enfoques comentados tiene sus puntos débiles.
La crítica a los neoaislacionistas incluye argumentos como los siguientes. Si los EE UU se desentienden de la seguridad internacional, concentrándose en la suya propia, el mundo se hará menos seguro, surgirán aspirantes a hegemones locales, carreras de armamentos regionales, se intensificarán los intentos de proliferación nuclear y, a la postre, los EE UU no podrán mantener su aislamiento. De llegar a alterarse los equilibrios de poder en Eurasia, será muy difícil darle la vuelta a la situación. Incluso si el aislacionismo funciona, los Estados Unidos ahorrarán dinero, pero perderán mucho más en influencia.
Un punto muy débil de la política de compromisos selectivos es que carece de atractivo ideológico. Resulta difícil devender al electorado estadounidense, amante de los principios de aplicación universal o de darles la espalda a los problemas, pero refractario a los cálculos de interés. Además es una política que, por definición, se desentendería de muchos conflictos -quizá de los más televisivos- y esto le restaría credibilidad en aquellos casos en que los Estados Unidos sí estuvieran dispuestos a intervenir.
La seguridad cooperativa es, para sus críticos, una especie de altruismo armado que a la hora de la verdad no funciona, pues todos van transfiriendo responsabilidades al más fuerte; es decir, sobre los Estados Unidos. Para acabar ahí, es mejor empezar asumiéndolo y ahorrarse complicaciones. ¿No ha sido Bosnia un ejemplo suficiente a este respecto?, dicen esos críticos. Además, para que una política que parte de la indivisibilidad de la paz resulte creíble, los EE UU deberían intervenir en todos los conflictos, y eso es manifiestamente inviable. Es, por fin, una política que reposa mucho sobre el control de armamentos, algo que es casi imposible de garantizar.
A los partidarios de la primacía estadounidense en el mundo, sus críticos les recuerdan que empeñándose en ser la única superpotencia fomentarán el surgimiento de coaliciones antiamericanas, en base a sentimientos nacionalistas o a identidades culturales. Además, con el tiempo, terminarán surgiendo otras superpotencias. Menospreciar a la ONU es un grave error, pues las decisiones del Consejo de Seguridad son la principal fuente de legitimidad para intervenir en muchas situaciones. La primacía es una
pretensión imposible, porque en los Estados Unidos no hay voluntad popular para sostenerla ni disposición a dedicarle los recursos economicos y humanos que necesita. A la postre, una política de primacía requiere estar dispuestos a librar guerras preventivas. ¿Están los Estados Unidos dispuestos a hacerlo?¿Quién defiende cada una de estas políticas? Sin faltar mucho al rigor, se pueden asociar nombres significativos con cada una de ellas. Patrick Buchanan, el candidato republicano derechista a la presidencia, es un campeón del neoaislacionismo.
Tras el fin de la guerra fría, George,Kennan viene manteniendo unos puntos de vista que podrían ser una versión ponderada del enfoque de los compromisos selectivos. Los primeros planteamientos de Clinton remitían a la seguridad cooperativa. En cuanto a la primacía, posiblemente hubiera sido el enfoque de Dole, de haber ganado las elecciones presidenciales. Kissinger y Brzezinski la recomiendan al menos en ciertas áreas, como Europa.
Pero ¿cuál es el enfoque que de hecho está aplicando la Administración de Clinton? Como he dicho, Clinton empezó a moverse en la línea de la seguridad cooperativa. Pronto descubrió que era más cara de lo que podía pagar y que no resultaba nada fácil concertarse con las democracias aliadas para ponerla en práctica. La aplicó en Somalia, con pésimos resultados. En Haití, con cierto éxito. Se resistió todo lo que pudo a aplicarla en Bosnia. Al final lo hizo, pero ahora anuncia un repliegue neoaislacionista. Esto al tiempo que promueve una ampliación de la OTAN que parece querer perpetuar la primacía estadounidense en la seguridad europea. (Para ser justos, cabe otra interpretación: decir a los europeos que no mandarán mientras sólo estén dispuestos a gastarse el 2% de su PIB en defensa). La ley Helms-Burton y las pretensiones semejantes respecto a Irak e Irán saben a primacía. Con Pekín, sin embargo, y tras muchos balbuceos, parece abrirse paso una política de compromiso selectivo. Con América Latina, aunque parezca mentira, prevalece un proteccionismo que en este caso tiene sabor aislacionista.
El problema es que todo junto no resulta muy coherente. Lo que da que temer que, en cualquier momento, pueda cambiar cualquier cosa.
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