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Tribuna
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Pesadilla en Sex Street

Leí hace días en este periódico, con algún calambre interno, que en una zona muy concreta de la calle del General Moscardó bajan las aguas turbias. Por una parte, tenemos unos vecinos en pie de guerra, decididos a que su barrio no se convierta en un foco de impurezas, y por otra, una empresa que pretende instalar cierto negocio picante: un sex-shop, que le dicen, aunque yo prefiero llamarlo tienda de sexo, o sesuá, porque tengo idioma materno. Pensé, en principio, pasarme por allí y echar una ojeada en directo, pero, después de lo que explicaba Antonio Jiménez en su reportaje del 4 de septiembre, he preferido no arriesgarme. Veamos: en el número 23 de dicha calle se encuentra la basílica hispanoamericana de Nuestra Señora de la Merced, "con clases de catequesis por la tarde y más de 3.000 feligreses por domingo". Enfrente, en el número 24, está el colegio de monjas Patrocinio de las Siervas de San José, con 1.600 estudiantes de 3 a 18 años. Y a su lado, en el 24 bis, se alza la residencia privada de señoritas internas Nazaret, con 100 universitarias cristianas a bordo y en edad de merecer. Y es precisamente aquí, en medio de este jolgorio, en el número 25, donde la empresa Maspermón ha decidido instalar su tienda de picardías. Vistosa maniobra, hay que reconocerlo, y que sólo puede responder a tres razones: primera, se trata de un estudio sociológico a gran escala para averiguar el punto de ebullición de un barrio decente; segunda, hay una empresa detrás del, proyecto, en efecto, pero va a mala leche y se divierte mortificando al personal, y tercera, es una empresa normal que quiere montar un negocio legal, para ganar dinero, sin importarle a qué se dedican sus vecinos.Y esto último es lo que yo creo: que han encargado un estudio de mercado (no entre las monjas, naturalmente, ni entre las señoritas de la residencia), que han hecho luego números y que han considerado factible obtener beneficios. O más resumido: clientes a la vista. Sin embargo, en este caso, me temo que no han medido bien el poder de sus contrincantes y que habrán de morder el polvo: nunca se abrirá esa tienda de sexo. Y no se abrirá porque las masas pías han sacado las uñas; y cuando las masas pías sacan las uñas, entonces, lector silencioso, la reflexión y el raciocinio se van a pique. Inútil sería argumentarles que la calle es de todos, que cada cual es dueño de su vida y de sus instintos y que satisfacer los gustos propios en un local privado en compañía de otros que también sienten así no sólo es sano sino conveniente. Mucho mejor que reprimirse. Inútil sería decirles que ellos no están homologados para decidir lo que es inmoral, indigno o dañino, e inútil sería recordarles que las tiendas son recintos cerrados y que nadie está obligado a visitarlas, ni siquiera a mirar por el escaparate. Inútil sería, porque ellos ven mala gente y cosas sucias donde sólo hay personas con una especial alegría en el cuerpo, y sucede que esta dicha les revuelve las tripas. El sexo, a hurtadillas, a oscuras y entre dos: ése es lema que quieren imponemos a todos. Y lo demás, la complicidad, el ardor, la libre participación de otras personas en el juego o la mera contemplación de este juego, a la cazuela, por decreto ley. No quieren esta tienda en su barrio "por protección al menor, y por seguridad. El tema de los pederastas ha estado últimamente en canción". Eso dice Mercedes Lozano, directora del colegio de las siervas, fabricante al por menor de silogismos: tienda de sexo / clientela guarra / ataques sexuales a los niños. Todo un ejemplo de caridad y amor al prójimo. Y así piensa también el señor Carlos Aznar, ejem, abogado de la parte contratante, que afirma: "Véndrán proxenetas, prostitutas, drogas y alcoholismo, ya se sabe...". Un pensador, sin duda, pero ya me he cansado de él.

En el fondo, es una cuestión de generosidad, y en esto, si se les rasca un poco, los puritanos se quedan en nada. Curiosamente, sin embargo, siempre son los primeros en darse por ofendidos. Ellos juegan con nosotros al parchís, y si todo marcha a su gusto, no hay problemas. Pero cuando les vas a comer una ficha, fruncen el ceño y se enrocan. De nada sirve explicarles que en el parchís no vale eso y que están haciendo trampa: ellos mantienen el enroque, erre que erre, se cruzan de brazos y aprietan los dientes, cargaditos de razón. Y por eso no se abrirá el tenderete sexual. Porque no juegan limpio.

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