Un cierto aire de familia
La expectación estaba centrada en la ganadería porque pertenece a Adolfo Martín que es hermano del famoso Victorino Martin. "Los toros de ambos son iguales", aseguraban los expertos antes de empezar la función. Sin embargo llegó la realidad y no era lo mismo. Se daban un cierto aire de familia pero menuda diferencia.Por el tipo sí se diría que algunos eran victorinos de pura cepa. Otros, en cambio, parecían venir de distinta rama. Ocurre en las mejores familias: que ciertos vástagos salen al guarda de la finca.
En cuanto a comportamiento, todos salvo uno salían no ya al guarda de la finca sino a un golfo que merodeó por allí la noche de San Juan. El golfo aquel debió de saltar el cercado, puso a las vacas mirando a la Meca y así pasó lo que pasó.
Martín / Caballero, Sánchez, Tato
Toros de Adolfo Martín, con trapío, cornalones astifinos; flojos; descastados excepto 6º.Manuel Caballero: pinchazo hondo y estocada desprendida (silencio); estocada (oreja con algunas protestas). Manolo Sánchez: estocada corta, rueda de peones y dos descabellos (ovación y salida al tercio); pinchazo en el costillar,media atravesada trasera, rueda de peones, pinchazo hondo atravesadísimo en la paletilla, otro tendido, pinchazo y bajonazo infamante (bronca). El Tato: media trasera (silencio); estocada corta baja y rueda de peones; se le perdonó un aviso (silencio). Plaza de Colmenar Viejo, 5ª corrida de feria. Media entrada.
Y lo que pasó fue que los victorinos hermanos sacaron modales plebeyos, catadura tabernaria, estilo moruchón. Que un par de ellos hubiesen servido para sacarles faena no les condona las culpas.
El toro "que sirve" no es el toro bravo. A veces ni es toro. El toro "que sirve" frecuentemente es la tonta del bote. Hubo uno de esos, que hizo cuarto, y Manuel Caballero le sacudió una faena interminable a base de derechazos e izquierdazos, que parte del público aplaudió agradecido por la voluntariosa productividad.
Otra parte del público protestaba esa producción seriada de izquierdazos y derechazos porque Manuel Caballero los procuraba a la manera encimista, ahogando la embestida del toro, prácticamente asfixiándolo -vamos al decir-, con total olvido del arte y en actitud tremendista. Finalmente, mientras ya era llegada la hora del aviso, cobró un soberbio volapié por el hoyo de las agujas que abatió al toro, templó los ánimos y puso de acuerdo a ambas facciones.
Manuel Caballero estuvo también voluntarioso con el primer victorino según el hermano Adolfo; un inválido que mostraba cierta tendencia a hacer el burro, e incluso lo toreó mejor, obligándole a tomar los derechazos.
Lo de obligar se le dio bien a Manolo Sánchez al muletear al segundo toro sobre la mano derecha y cuando la izquierda -que apenas empleó-, los conatos de naturales le resultaron desabridos.
No tenía su tarde Manolo Sánchez. Más bien se diría que la tenía aciaga y al descastado quinto se puso a pegarle derechazos también. La tauromaquia se estremecía en sus mismos cimientos. Con un manso tirando a mulo deambulando reservón y huidizo por el redondel, a quién se le podría ocurrir llegarse junto y sin castigo ni tanteo previo, ponerse a pegarle derechazos.
Pues eso fue lo que se le ocurrió a Manolo Sánchez. Aunque quizá no se trate de ninguna rareza. La mayoría de los toreros modernos están convencidos de que el arte de torear consiste en pegar derechazos y ni se les pasa por la imaginación emplear distintas suertes.
El manso mulo no se comportaba como un pregonao de los que tiran cornadas. Antes al contrario, consecuente con sus principios, eludía la confrontación, volvía grupas y tiraba coces. Manolo Sánchez, torpón, confuso y desbordado, renunció a la torería, perdió los papeles y lo mechó con crueldad manifiesta asestándole infamantes sartenazos.El toreo de la edad de las cavernas practicó El Tato. Las formas de El Tato debieron ser similares a las que emplearon los aborígenes en sus iniciales conatos de burlar las inesperadas acometidas del bos taurus primigenium. Malo fue que lo hiciera con el tercer victorino, cuya bastarda condición no justificaba semejante barullo, pero que lo perpetrara con el sexto resulta difícil de entender.
El sexto era victorino sin tacha. El sexto, de poca fuerza, sacó una encastada nobleza que honraba a su mamá la vaca y a su papá el semental. El sexto llevaba en la cárdena capa, en la fosca cara, en la buida cornamenta y en la sostenida boyantía, los blasones inconfundibles de su noble cuna. Y El Tato lo trató como si se tratara del golfo aquel, lo molió a trapazos, le aplicó un fragoroso muleteo, corrió, regateó, zapatilléo, sudó y parecía que estaba jugando al fútbol. No merecía ese trato la familia victorina, francamente.
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