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Tribuna
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Ninguno mereció ganar

A veces pasan cosas como las del partido de ayer: el Real Madrid y el Atlético jugaron tan bien que ninguno de los dos mereció ganar, pero lo cierto es que cada uno de ellos lo hizo justo de la forma opuesta al otro; el equipo de Heynckes poniendo el talento de los jugadores por encima de las reglas del juego, pasando sobre los esquemas tácticos como un elefante por encima de unos rosales, recordando aquella sentencia maravillosa de Johan Cruyff según la cual sólo hay una manera digna de ganar un encuentro de fútbol: que tus 11 jugadores sean mejores que los otros 11. El equipo de Antic lo hizo respetando las órdenes, confiando en su sistema hasta el final pero sin llegar a enredarse en él, seguramente porque de todos modos es imposible convertir a tipos como Juninho o Lardín nada más que en monigotes pintados en una pizarra. Digan lo que digan, el fútbol le pertenece a los jugadores geniales, no a los obedientes y por fortuna el partido estuvo lleno de ellos.Lástima que a pesar de todo el derby no tuviera más goles, precisamente gracias a los dos delanteros centro: en el Madrid, Heynckes debe estar deseando que Suker vuelva de vacaciones; en el Atlético de Madrid, Vieri demostró tener tanta movilidad como dos bombonas de butano atadas con una cuerda. Y luego estuvo Karanka, apresurado y nervioso, demostrando que en este negocio el que más prisa tiene es siempre el que antes se equivoca. Y también Jaime, que se dio cuenta de lo difícil que es llenar un agujero del tamaño de alguien como Fernando Redondo.

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El fútbol hace justicia

Pero nada de eso importaba, porque allí estaba Mijatovic; estaban Roberto Carlos y Ze Roberto, jugando como los ángeles. Y estaban Pantic y Juninho, un jugador que todo lo que hace, sea poco o mucho, es mortal. Y, por supuesto, estaba Seedorf engañándonos a todos, porque cuando el otro día se fue a Holanda nadie se imaginaba que iba a meter desde allí el gol del año. Todos ellos consiguieron un partido memorable, imperfecto, magnético, enseñaron a ráfagas algunos de los mejores artículos de su repertorio, tal vez porque cada uno de ellos jugó en su puesto, haciendo lo que sabe, y no como por ejemplo en el Barcelona, donde da la sensación de que si Van Gaal hubiera sido director de cine pondría al chimpancé a hacer de Tarzán y a Johnny Weissmuller le daría el papel de la mona Chita.

Después de un partido como éste uno se va contento a la cama. Seguro que estuvo lleno de errores, pero cuando en el cielo hay un millón de estrellas, ¿a quién demonios le importan los agujeros negros?

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