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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Condena a la RDA

EL JUICIO contra el último máximo líder de la República Democrática Alemana (RDA), Egon Krenz, y otros dos dirigentes, era de por sí un asunto controvertido. Más lo es la sentencia dictada el lunes y por la que son condenados a penas de entre tres y seis años y medio. Son condenados por su responsabilidad en la muerte de ciudadanos de la antigua República Democrática que intentaban huir a Occidente por el muro de Berlín o la frontera interalemana. Se trata del último de los cerca de 50 juicios celebrados contra más de un centenar de soldados, oficiales y dirigentes, siempre en relación con muertes de ciudadanos que intentaban pasar a la República Federal de Alemania.Son muchos y sólidos los argumentos en favor y en contra de estos juicios para aplicar la justicia de un Estado de derecho contra quienes fueron servidores de una dictadura en la que la represión y él desprecio al indivíduo eran esencia misma del Estado. El juicio moral y la condena al sistema que imperaba en la RDA y en gran parte de la Europa central y oriental ya han sido dictados por las propias poblaciones de estos países.Es imposible dictaminar la culpabilidad o inocencia de los centenares de miles de individuos que a lo largo de la historia colaboraron con dichos regímenes y se hicieron, en una medida u otra, cómplices de las violaciones de los derechos humanos. En estos casos de policías, delatores y demás participantes en la persecución de disidentes y represores de la población en general, el grado de implicación, que variaba con los años, y de su culpa ha de dejarse a sus propias conciencias, y el castigo principal deberá consistir en la marginación social y el desprecio de su entorno más inmediato.

Y, sin embargo, hay actuaciones que en sí merecían ser juzgadas por su directa implicación en crímenes. Y no es un acto de venganza perseguirlos. El Buró Político que presidía Erich Honecker y en el que Egon Krenz era responsable de seguridad como secretario del comité central en la materia desde 1983, dictó órdenes de disparar y eliminar a conciudadanos cuyo único delito era intentar llegar a Occidente para huir de la represión y poder gozar de sus derechos. Cuando se produjeron las primeras sentencias contra autores materiales de los disparos que acabaron con algunos de estos fugitivos, quedó claro que los que habían dado la orden de disparar no podrían quedar impunes.

Egon Krenz se ha defendido diciendo que se trata de un juicio de vencedores a vencidos. Y que el régimen que imperaba en la frontera no lo imponía Berlín oriental, sino Moscú, al ser en primer lugar frontera entre los bloques durante la guerra fría. También alegó que el régimen en la frontera era conforme al derecho imperante en la RDA. La sentencia le rebate asegurando que un régimen que mata a indefensos en sus fronteras y después oculta los hechos sabe que está actuando contra derecho. Y dice que el régimen de la RDA sí tenía autonomía para estructurar el régimen. fronterizo, y que incluso si hubiera recibido indicaciones directas de Moscú para imponer la orden de disparar y eliminar a los fugitivos no quedaría eximida de responsabilidad criminal.

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Quienes conocieron a los ahora condenados cuando estaban en la cumbre del poder comunista en Berlín Este, sus llamamientos a liquidar al enemigo interior y su desprecio por el sufrimiento de su propia población, no sentirán pena alguna ante su condena. Tendrán esa pequeña satisfacción que no han tenido aún los chilenos con el general Pinochet, un caso sólo entre muchos de la impunidad continuada. Con esta sentencia, que sólo Krenz cumplirá parcialmente en prisión, hay quienes consideran que al menos en parte se ha hecho justicia a la postre. Pero sólo en parte. Porque, aunque se han juzgado hechos concretos, no se puede evitar la impresión de que se ha intentado sentenciar sobre la propia historia. Y como esto es imposible, el resultado no deja de ser amargo.

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