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Reportaje:

'La carpa de la testosterona'

Mulatas y macizos se suceden bajo una enorme lona instalada en el recinto ferial de Chinchón

Medianoche del viernes en el Mirador de la Atarazana. Borja González da instrucciones para que coloquen una hilera de tablas sobre la laguna en que se ha convertido la explanada. Un camino seco hacia su particular "experiencia piloto": la carpa del castillo. Dos tablas de surf señalizan la obertura que conduce al interior de la macrodiscoteca montada en Chinchón."A las dos, venidas directamente del Caribe: !las mulatas! !Espectaculaaares!", anuncia el pinchadiscos tras una cortina de humo. "A ver si es verdad", sentencia un sesentón que apura una cerveza (300 pesetas; los combinados, 800). El madurito -pantalón de pinzas, camisa de rayas y chaqueta de punto- espera de pie junto a dos amigos de su quinta, mientras atrona El toro enamorado de la luna. El público es variopinto y va desde los pocos meses del bebé que dormita en su carrito hasta el abuelo que ya no tiene canas que peinar y ha venido con la familia. Clónicas de Silke, agrogogós, veinteañeros con corte de pelo al uno y jóvenes curritos con o sin pareja. Unas 300 personas en trasiego continuo.

Borja asegura que anoche, primer día del espectáculo, asistieron 1.200 vecinos de Chinchón, "Nuestra intención era atraer a los pueblos de alrededor, situados a una veintena de kilómetros, pero con la tormenta no se han atrevido a conducir", comenta. Tiene un restaurante en Madrid y junto a otros tres socios ha alquilado estacarpa de 900 metros y elegido las fiestas de Chinchón -donde estarán hasta el día 17- como conejillo de indias.

"Venidas directamente de anuncia el pinchadiscos, a la par que ocho pares de larguísimas botas plateadas suben al escenario a otros tantos pedazos de mujeres de piel canela y grandes curvas."Esas no comen más que verdura cocida", rumía una cuarentona que asiste al espectáculo. El representante del Tropical Samba Show, casado con una de las bailarinas, pide ocho voluntarios para hacer contusionismos con las mulatas. "Haced lo que hagan ellas. !Naaada, más! !Las manos quietas!", advierte. La invitación saca de su ensimismamiento a Antonio, un transportista de 45 años que vive a caballo entre la capital y Chinchón. Absorto, contempla cómo la bellezón menea las caderas, flexiona las rodillas y desciende acompasadamente sobre una botella de güisqui. La punta de la última pluma del penacho de su tocado casi le hace cosquillas en la nariz a Antonio. Nada es subliminar en la carpa del castillo. Al menos ahora no suena la canción esa de: "Oye, mira hacia arriba ...".

Antonio se retira. Ha venido con su mujer y con su hija, que no paran de sonreir. "Tengo cuatro mujeres en casa", subraya. Hoy domingo, "un poco receloso", las acompañará a los Thomas Boys, ocho macizos con exigua vestimenta de cuero luciendo músculo sobre motos Harley. "!Es lo justo!", dice.

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