'Inkulpación'
Una tarde, volviendo a casa por la calle de Cartagena, creí que la cúpula entera de ETA estaba siendo desarticulada en mi barrio. El despliegue policial era tan grande, tan grande el nerviosismo de los agentes apostados en las esquinas, tan alto el ruido posterior de las sirenas -me quedé un rato a la expectativa, según la tradición mirona madrileña-, que cuando supe, mientras veía a algunos jóvenes de aspecto ni terrorista ni terrorífico siendo arrastrados de malos modos hasta los coches celulares, que no se trataba de una operación anti-ETA, sino del desalojo de un edificio ocupado, sentí primero decepción y luego indignación.A las pocas semanas de ese desmesurado y brutal desalojo de La Guindalera, recibí una llamada y una visita: dos muchachas de ideas muy claras me propusieron, como una más de las medidas de protesta y acción que preparaban diversos colectivos de okupas, autoinculparme de una próxima y sonada ocupación en el centro de Madrid. No lo dudé, como tampoco en su día dudé en decir que yo abortaba o abortaría, que yo también -era insumiso de la mili, habiendo sin embargo hecho, en mi edad juncal, un largo servicio militar. Viví en Londres, a lo largo de los años setenta, el auge de la cultura squat ("okupa"), y yo mismo, por amistad y amores, pasé unas cortas temporadas en una casa de Hampstead ocupada por colectivos gay y feministas. Hoy, tras el paso de la bota thatcheriana, más que la figura del squatter radical, lo que se ve en Londres es al joven homeless ("sin casa"), En una España que aspira al nefasto modelo insolidario del neoliberalismo, y en una ciudad como Madrid, que gasta sus principales recursos en la construcción de grandes aparcamientos y tiendas subterráneas, lo tengo claro: entre el egoísmo y la mendicidad, elijo la kulpa.
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