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Embajadores

En tiempos de Maricastaña, esta zona estaba tan lejos del centro que, cuando la peste visitó Madrid, la Corte evacuó allí a los embajadores ante ella acreditados; de ahí su nombre. Era un barrio prócer, de fincas nobles y sosiegos, asomado de lejos al hilo de plata del Manzanares, y la señora de la guadaña no se atreví a traspasar sus dinteles.El paso de los siglos convirtió al distrito en populoso, proletario y castizo. Lo era aún hace cuatro o cinco lustros. Solía yo acudir de vez en cuando con Eduardo Delgado a la taberna de Antonio Sánchez, una de las pocas joyas (le la convivencia humana y los gozos sencillos que ha logrado sobrevivir al vitalicio impulso autodestructivo de este pueblo. Se intercambiaban rondas por riguroso orden (le aparición en escena, y el sistema resultaba peligroso: los más zorros pedían su tinto con limón, costumbre; por cierto, muy madrileña, pero quienes trasegábamos el valdepeñas sin red podíamos salir, en un periquete, a gatas.

Nuestros circunstanciales coleguis, hombres del barrio, eran, por ejemplo, tipógrafós del diario Pueblo, vivían en la Corrala o sus aledaños y habían sido niños republicanos. Pioneros, por más señas, apoyaron desde la retaguardia el esfuerzo bélico de sus mayores pintando por las aceras, con tizas rojas, amarillas, moradas y acaso hasta azules, entre cascotes y muertos, la hoz y el martillo, la estrella solitarita y las siglas UHP, "uníos, hermanos proletarios".

No era difícil hablar en la taberna, primero, por el estrépito de las conversaciones propias y ajenas, y segundo, porque aquellos contertulios, si resulta lícito denominarles así, solían ser cazadores o pescadores compulsivos, y yo, ahí, pez, nunca mejor dicho. También había un experto en el arte de curar botas: su receta consistía en echar cuarto kilo de jamón dentro y rellenar el resto con vino; la parte exterior se conformaba con un pulidito a base de refrotado insistente con cáscara de plátano, y confieso que jamás apliqué la fórmula.

Recuerdo con nostalgia posetílica la belleza de las noches del tardío otoño, ya prenavideño. El aire fresco, "rico, rico", al salir a la calle, el firmamento nublado que teñían de rojo las luces de la ciudad. Gentes al pairo: la vieja lotera excéntrica, siempre de chichos y bata, la joven pardilla pizpireta moviendo el culito, el quinqui que criaba gusanos para cebo de los aficionados a la pesca, las evocaciones de la calle de la Encomienda, donde dicen mantuvo una barragana el dictador don Miguel Primo de Rivera, y enseguida el hambre mortal que nos impulsaba a bajar rodando hasta la calle de Caravaca. Las gallinejas y entresijos de Sisa, los "pasteles de búfalo" y el licor de madroños de Cruz Palomo Parrilla. Era un barrio coherente.

Hoy, la vieja taberna sigue en su sitio, pero todo ha cambiado a su alrededor, tanto en la calle de Embajadores como en la propia de Mesón de Paredes. Rótulos foráneos cabalgan sobre las puertas de las tiendas, comerciantes de todos los colores coexisten, al parecer pacíficamente, con la disminuida y envejecida población autóctona. Una furgoneta cargada de tallas africanas se detiene en el centro de la calle del Oso y reparte su mercancía entre los oscuros vendedores y vendedoras, vestidas ellas (le colorines exóticos.

Hay otras convivencias, sin salir de Embajadores: junto a un centro para la tercera edad, esquina a la calle de Rodas, se alza la "casa okupada de mujeres" que orna su fachada, para que no queden dudas, con la representación pictórica, a todo color, de un órgano sexual femenino entreabierto e hirsuto. Más tiendas, entre Buda y Mahoma, dedicadas a la importación mayorista de objetos de regalo. Más abajo, hacia la glorieta, otro gran inmueble okupado, esta vez sin discriminación, sexual alguna. Aquí se alecciona al viandante con letreros como "marginación es destrucción", "quisiera que okuparas todas las mañanas que te diera la gana" o "no disfrutamos en el paro ni tampoco trabajando". Enfrente, como recordándonos que hubo un Madrid más augusto, la inscripción que aparece junto a la puerta de la Real Fábrica de Tabacos rememora que lo fue antaño de aguardientes y naipes, y que "nació del afán ilustrado de Carlos III", constituyendo un ejemplo preclaro de arquitectura industrial del siglo XVIII.

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¿Democracia, contubernio, apocalipsis? No lo sé.

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