_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Rehabilitación

Durante unas semanas, mi maltrecha anatomía ha recibido el traumático efecto de la radioterapia. Onda corta, rayos láser y otros ingenios remiendan transitoriamente la desabrida respuesta de los viejos huesos y articulaciones al indecente y traicionero paso de la edad. Al cabo de 15 o 18 años vuelvo a la consulta del especialista: ayer, a causa, de un accidente; ahora, caduco y estropeado, sin causa aparente. Los aparatos radiantes son quizá otros, de nueva generación; reconocí algunos, mecánicos, para estirar vértebras y remediar artrosis. Continúan dos de las enfermeras de aquel equipo, en el acto identificadas, con apenas cambios en su aspecto, impolutas dentro de los mismos uniformes blancos, color que favorece en toda época. En ellas se había detenido el tiempo. Tres o cuatro más jóvenes aseguran la nómina.No creo que hubiera un solo paciente particular: se han acabado. Todos procedemos de entidades asistenciales, mutuas, aseguradoras, cofradías... Yo iba, esta vez, amparado por la ancha sombra de la Asociación de, la Prensa de Madrid, superviviente de los malos tratos que le propinaron -no hace mucho- algunos de sus afiliados; pero ésa es otra historia. El doctor titular recibe, inspecciona, interpreta la comisión de su colega generalista y entrega al paciente en manos de la avezada escuadra femenina. Ya: sólo será visible en la cita convenida, salvo incidencia, claro.

La clínica, a grandes rasgos descriptivos, es un amplio recinto, con algunos aparatos que, de sopetón, semejan instrumentos de tortura y son todo lo contrario. Unos cubículos, resguardados por discretas cortinas, para quienes han de descubrir partes veladas del cuerpo, que, dicho sea de paso, en estas sofocantes jornadas y entre la gente joven, son escasas. No hay bullicio, sino animación, en este lugar de reanimación y rehabilitación. Predomina la tercera edad, que no se resigna al dolor y le da el alto a la degradación corporal. Tampoco falta, aunque en minoría, el elemento mozo, que ha saltado de las tablas de esquiar o el sillín de la moto hasta el tratamiento reparador, aunque quizá vayan a otros fisioterapeutas; ignorado el grado de sus males, no obstante, uno se cambiaría por ellos sin la menor vacilación.

Hubo un tiempo -digamos que apenas 50 años- en que se debatió la idoneidad entre enfermeras y monjitas hospitalarias. En los centros sanitarios eran preferidas las segundas, posiblemente por tratarse de mano de obra barata. Su entrega era casi total, con los intransigentes momentos dedicados al rezo y a los compromisos regulares. A las tituladas se les reprochaba la observancia del horario laboral, reconociéndose, en cambio, la mayor competencia. El antagonismo se ha resuelto por sí solo: apenas quedan monjas y las ventajas profesionales priman sobre el depreciado amor al prójimo. Entre los remotos recuerdos de aquellas religiosas sobreviven dos: el innegable desinterés y una frecuente inclinación hacia el mal humor.

Estas mujeres de la clínica producen mi admiración por su permanente jovialidad, la increíble memoria para retener el nombre de pila de cuántos pasan por sus cuidados, la delicadeza -dificilísima cualidad- de administrar el tuteo y propinar, en todo caso, el trato denodado, mixto de intimidad, aliento, gracia y respeto. Quizá este talante sea una habilidad aneja y precisa para sobrellevar los áridos, persistentes y enojosos ejercicios, merced al son animoso que transmiten. Allí no se habla jamás de política, de fútbol, cotilleos sociales, programas de televisión ni comportamientos públicos corruptos.

Las tandas de inmovilidad, mientras el haz mágico, el calor templado de una lámpara verdosa, el rayo rojizo que parchea mis adentros, hacen que sienta una sinuosa envidia, un amortizado deseo de que las fuertes y suaves manos de la masajista morenita lleven docilidad al brazo quebrado, o la armonía funcional al espinazo hecho fosfatina. Fueron beneficiosas y suficientes las sesiones de rehabilitación. El día de la despedida, sin entrar en explicaciones, di las gracias y pronuncié un críptico "volveré". Alifafes no faltan.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_