_
_
_
_
_

La paradoja del fútbol brasileño

Sus estrellas costaron 145.000 millones de pesetas, pero el fútbol interior vive en crisis

El fútbol brasileño es un fenómeno sin parangón en el mundo de los deportes. Brasil es paradigma, de la gloria y la miseria del fútbol latinoamericano, una paradoja cuyas dos caras opuestas son los campeonatos locales y el fútbol. internacional. A nivel de fútbol internacional Brasil lo ha dicho todo. Practica el juego más preciosista -y efectivo- del planeta. Es el mayor productor de futbolistas, tanto en calidad como en cantidad: ocho internacionales brasileños fueron comprados por clubes europeos por un valor de cerca de 14.500 millones de pesetas este verano. Los jugadores canarinhos se consagran héroes de las ligas más importantes del mundo. Brasil ha ganado más Copas del Mundo que cualquier otra nación y nadie duda de que es la número uno.Pero en casa, los campeonatos locales están marcados por la corrupción, la inoperancia de las federaciones, y la perpetua amenaza del colapso financiero. Los grandes clubes pierden la mitad del año jugando inútiles ligas locales, permanentemente reformadas por extrañas reglas que nadie -y mucho menos los aficionados- acierta a comprender. Los mejores jugadores se van a las ligas extranjeras a las primeras de cambio, y los monumentales estadios del país, como el mítico Maracaná, con aforo para 200.000 espectadores, alojan con frecuencia apenas a 2.000 personas para presenciar partidos de Primera División.

En el fútbol brasileño reina el caos. Hay un grupo de clubes tan dominante que las ligas se deciden con mucha antelación y los gigantes se permiten el lujo de reservar a sus figuras para partidos de exhibición -muy rentables- en todo el mundo mientras el campeonato lo siguen jugando los suplentes. Hay un momento en que los partidos pierden todo interés. El mes pasado, un clásico, el Vasco de Gama-Botafogo, en Río, fue presenciado por 275 espectadores. La asistencia a los estadios ha caído bajo mínimos.

Maratones

El número de torneos que disputan los grandes clubes es otro de los índices de la crisis. Ligas locales, estatales, la nacional y los torneos continentales comprometen a los equipos a jugar hasta la extenuación. Como el Sao Paulo, que cuando ganó la Copa Intercontinental en 1992 jugó 106 partidos. La fatiga, el mal juego, y la falta de motivación de los jugadores son la consecuencia de estos maratones.Los arbitrajes tampoco son una excepción a la regla del descontrol. La honestidad en el gremio escasea, y nadie parece respetarlos: sufren ataques y descalificaciones. Arbitrar es una profesión malsana. El año pasado, los dirigentes del Vasco de Gama se unieron a los del Botafogo para saltar al campo y atacar a un árbitro. Otras veces los agredidos son los jugadores. Un portero casi muere por los golpes que le infligieron periodistas y aficionados.

Ante esta situación, la Federación Brasileña de Fútbol no sale de decisiones que rayan en lo insólito. Un caso ejemplar es el del Fluminense, descendido a Segunda División la pasada temporada. Las continuas peticiones de la hinchada sensibilizaron a los mandatarios del fútbol brasileño, que reescribieron los reglamentos y volvió a Primera. Final feliz. Ese club tan popular no merecía un destino tan embarazoso.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_