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TOUR DE FRANCIA 97

Regresa el Pantani mágico

El escalador italiano gana la última batalla alpina- Virenque tira la toalla ante el marcaje de Ullrich- Escartín supera a Olano, en la general

Carlos Arribas

Sólo alguien como Pantani podía reconducir hacia el espectáculo una etapa que fue, hasta el último puerto, un puro ejercicio de resistencia. Lo que pedía un día de resaca. Lo llaman magia a este tipo de actuaciones. Hablando de cualquier otro corredor capaz de saltarse el guión escrito por los dos equipos más fuertes y sus respectivos líderes, quizá la palabra mágica suene muy fuerte, pero hablando de Pantani y del Joux Plane, el puerto más duro, es inevitable.Casi ópera. La noche anterior se extendieron los rumores de un posible abandono del hombre que voló en Alpe d'Huez. Bronquitis avanzada. Por la mañana apareció, casi un fantasma, pálido y ojeroso, con un pañuelo negro al cuello. Hablaba de enfermedad y de día de prueba. De deseo de llegar a París, pero de imponderables que se lo ponían difícil. Durante la etapa se hizo invisible. Asistió desde la retaguardia al pulso de resistencia. Pelotón tranquilo. Repescados del fuera de control de la víspera -Jalabert en el Tamié y la Forclaz, Chepe y Chanteur en la Colombiére- lanzando chinitas para revolver el ambiente. Y el Festina omnipresente. Como si fuera el equipo del líder. El Telekom, tranquilo, a rueda. Estilo puro y duro del equipo de Roussel: grandes despliegues para poco beneficio matemático.

Cuando Moreau, el penúltimo de los peones de Virenque, llevaba al pelotón a más de 50 por hora en el llano entre la Colombière y el Joux Plane, Pantani iba el penúltimo del pelotón de 40 a que se había reducido el gran grupo. Los periodistas italianos dudaban. ¿Dónde vas Pantani? ¿Qué te pasa? Pero cuando en la primera rampa del Joux Plane (11,6 kilómetros al 8,7%), Hervé, el último festina, dio el último acelerón, y Bolts, el primero de los de Ullrich, le tomó el relevo, y los 40 quedaron reducidos a 11, allí estaba el Pirata. Quinto, detrás de Escartín.

Dicen de Virenque que es el corredor capaz de aparentar ser el más fuerte durante más tiempo, pero incapaz de demarrar con fuerza en un puerto e irse solo. Pantani le demostró ayer cómo se hace. El pacto Festina-Telekom para que la etapa la ganara Riis saltó por los aires cuando a siete kilómetros de la cima saltó Pantani. Riis, el último peón de Ullrich, se quedó clavado. Virenque intentó reaccionar. Saltó detrás, con Ullrich a rueda. Imposible cogerle. Incluso en el descenso, el ligero y volátil Pantani. les sacó tiempo. Tanto muestrario de equipo para verse ridiculizado por un hombre de 1,70 y apenas 50 kilos. Italiano y con bronquitis.

Escartín mostró en esos momentos su capacidad coriácea, su aferrarse al último clavo de forma desesperada, y, al mismo tiempo, su incapacidad para ser algo más que el penúltimo de los descolgados. Era su última oportunidad para desbancar a Olano del puesto de primer español e intentar ganar una etapa. Lo primero -lo consiguió provisionalmente, previsiblemente hasta la contrarreloj de Disneylandia, el sábado. Lo segundo se le escapó un año más.

Olano enseñó sus carencias y habilidades. El eterno perseguidor volvió a ser el primer descolgado. Casero le marcó el ritmo suave de subida. Como todos los días. A su ritmo, a su ritmo, sin nunca arrojar la toalla. Otro que se aferra con todo a lo que puede tener. Y fue también el único que limó tiempo a Pantani en el descenso: un segundo. Bajando consolidó su futura quinta plaza, a menos que en la media montaña de hoy y el jueves vuelva a sufrir. A Escartín, por ejemplo, le limó medio minuto, a Riis, 37 segundos, a Virenque y Ullrich, 23. Lástima que el Tour se gane subiendo.

Las exhibiciones, para Pantani y Virenque; el poder, para Ullrich; las migajas, para los demás: Riis calcula que el tercer puesto del podio lo tiene asegurado -simplemente tendrá que aventajar a Pantani en más de 1.48 minutos en los 62 kilómetros de Disneylandia-; Olano se da de dientes con una quinta plaza, el menos malo de sus objetivos, que tendrá que ganarle a Escartín en la última contrarreloj (35 segundos de ventaja del aragonés por el momento), aunque deberá desconfiar de Casagrande (séptimo, a 34 segundos del vasco); Jiménez asegura un magnífico octavo lugar, completando el trío de españoles entre los 10 primeros, lo que se decía antaño, en los años duros, un magnífico Tour. La última batalla alpina supuso, como se preveía tras el desgaste de Courchevel, un regreso a las calculadoras. Con un día de ciclismo a la antigua basta.

Y las calculadoras siguen hablando. El ganador de la guerra de los Alpes -tres tremendas etapas encadenadas, Alpe d'Huez, Courchevel y Morzine- ha sido el líder Jan Ullrich. Sumando las diferencias de los tres días, el alemán, ya triunfador en los Pirineos, ha aventajado en 40 segundos a Virenque y en 1.02 a Pantani, los dos ganadores de etapa. Un dato curioso: el alemán, más contrarrelojista que escalador -hablando en términos de especialistas-, no habría necesitado de etapas contrarreloj para ganar su primer Tour. Imita a Riis y rompe con el danés la tendencia de los últimos años: desde Pedro Delgado, en 1988, todos los ganadores, o sea LeMond e Induráin, habían resistido en la montaña la ventaja alcanzada en solitario. Con un solo ataque -los 10 kilómetros de Arcalis- Ullrich dio el golpe de Estado. Los demás días su regularidad le ha bastado. Efectivamente, el Tour se gana siendo el más regular. Con fuerza y con la calculadora a mano. Puede ser el sino de Virenque: una condena al papel de animador nunca ganador. Por muy montañoso que sea el Tour, siempre habrá alguien más fuerte que le derrote en la montaña.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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