Miedo y ambigüedad
Son muchos los factores que han hecho posible la macabra eficacia de la máquina de matar de ETA y la de esa manera de campar por sus respetos de sus adorables cachorros, deportistas de la destrucción y el incendio los fines de semana. Quiero destacar dos porque los creo relevantes, en la convicción de que, desaparecidos ambos, se daría un paso importante en la consunción de esta actividad terrorista, que, aparte extorsiones y secuestros con distinto final, cuenta en su haber con la cifra de 815 cadáveres. Al margen de otras posibilidades de terapia de esta endemia que padecemos -y no sólo los vascos, ni sólo en Euskadi, aunque especialmente por ellos y allí-, estas dos son especialmente destacables a mi manera de ver: una, el miedo; otra, la ambigüedad. Mientras exista miedo el terrorista tiene su razón de ser. El chulo sólo existe si existe el chuleable. No hay chulería en el vacío. El miedo es impotencia y abono eficaz para la perpetuación de ese héroe barato y de pacotilla (porque es cobarde) que es el terrorista. El miedo tiene justificación -además de explicación, que no debe confundirse con aquélla- y no es cosa de entrar ahora a exponer evidenclas. Pero una cosa es el miedo como actitud individual -el plantar cara cada cual al terrorista no se puede exigir, ni tan siquiera plantear- y otra el miedo como actitud de colectividad, superable con formas de organización ciudadana no agresivas, pero exteriorizables. Su eficacia no es simplemente testimonial, sino demostrativa de que no se está en silencio, de que no se renuncia a la ciudad. Hace años asistimos al desarrollo cada vez mayor de las mismas y me parece difícil restarle eficacia en el plano al que he hecho referencia. La explosión ciudadana de estos días, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, no es concebible sin la minúscula, y por eso más arriesgada, exhibición de colectivos como Gesto por la. Paz y otros afines. Frente al mal olor y la podredumbre de los grupos de desalmados, los de los pacifistas muestran quiénes son y a todos nos enseñan lo que se debe y se puede ser.El otro factor facilitador de lo etarra es la ambigüedad. ¿Hacía falta que los dirigentes de partidos nacionalistas vascos -los catalanistas lo tuvieron de siempre sobradamente claro- acertasen a ver, sin necesidad de esperar al asesinato número 816, el de Miguel Ángel Blanco Garrido, que una causa común no es por sí misma motivo de unión? Con el GAL se tiene en común el repudio a ETA, pero nadie medianamente decente va con el GAL ni hasta la esquina. Tengo por seguro que Tejero ama a lo que él llama su patria como yo amo a lo que denomino mi país, pero ni siquiera esto motivaría por mi parte que fuéramos de la mano ni un segundo. Si esto no se tiene claro, si por lo tanto no se adopta la separación tajante y el alejamiento definitivo con los apestados del terror, entonces éstos intuyen fundadamente que, en el fondo, unos más, otros menos, todos somos lo mismo, porque, al fin y a la postre, ellos también son "de los nuestros". La irritación de los que, desde fuera de Euskadi, asistimos a este penoso espectáculo de la ambigüedad deriva de que desde aquí las cosas aparecen claras. Para una persona dispuesta a interpretar lo que allí pasa, el PNV ¿no se presenta implícitamente, a veces no tanto, como el ala derecha de HB, a HB como el ala izquierda (¿izquierda?) del PNV? ¡Qué formidable perspicacia la del señor Egíbar dejando caer, sin la censura de ninguno de sus copartidarios, que Ortega Lara "ya tendría, ya, alguna actividad sobreañadida que justificaría -si no, , ¿para qué hacer esta advertencia?- sus 532 días de zulo! El mismo que dejó expresar su inmensa ternura hacia aquel que, después de llevar a cabo su tarea de disparar en la nuca y dejar un cadáver en la acera, habla de él como "del chico que se le iba de las manos". Pero ¿y ETA? ETA no es más que un numeroso grupo de verdugos, eso sí, héroes del barato, tan rudimentarios como ser además muy machos, ejecutores de los oponentes a la causa común de ambos. Los que en bando nacional asistimos al terrible espectáculo de la guerra civil supimos del nexo directo entre moderados (¿fusilar ellos?, ¡qué mal gusto!) exaltados y ejecutores. Y lo que es más, los últimos necesitaban del primero, porque mandar, lo que se llama gobernar, nunca lo hicieron sino los que podían aparecer con el manto respetable de la mesura y moderación.
Y el hijastro de la ambigüedad: la confusión. El heredero del gran Sabino Arana, aquel de los textos precursores del Mein kampf, Xabier Arzalluz, dispuesto a convertir cualquier crítica que a él se le haga en un sospechoso odio "a lo vasco". ¡Qué sería de él si no se considerara a sí mismo la cristalización de "lo vasco"! ¡Y qué antiguo, qué cateto es un planteamiento de este tipo!
El problema vasco tiene su razón de ser, pero ha de plantearse con caracteres de nuevo, lejos de paranoias, de palurderías y, sobre todo, armado de esa forma básica de la claridad y la decencia que es la inaceptación del crimen.
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