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El rebeco

Manuel Rivas

Hubo un tiempo, hace algo así como un año, en que España se llenó de liberales. Un milagro. A la hora del interminable cafelito, había abogados del Estado que llevaban bajo el brazo La sociedad abierta y sus enemigos, de Karl Popper. Encontrabas notarios que te citaban a Friedrich von Hayek cuando ibas a escriturar un adosado: "Existe una superioridad del orden espontáneo sobre el orden decretado". Los inspectores' de Hacienda en éxcedencia proclamaban a la manera de Murray Rothbard: "¡El Estado es un robo!". Los recién nombrados presidentes de empresas públicas cantaban las virtudes de la privatización con casi tanto entusiasmo como los responsables de la educación pública loaban la enseñanza de pago. Cuevas adquiría La riqueza de las naciones, de Adam Smith, en un saldo de la cuesta de Moyano. Aznar se hizo azañista. Los suscriptores de Abc creían que Jiménez Losantos era un pseudónimo de Raymond Aron y algunos taxistas confundían a Campmany con el loro de Flaubert. ¡Qué gozada la España liberal!Hasta que comenzó la caza del rebeco. El rebeco era montañés, de pelo blanqueado, y andaba libre, demasiado libre. Se hizo entonces un espeso silencio liberal. "El liberal debe ser siempre un agitador", decía en la vejez Von Hayek. Pero los pífanos liberales callaban ruidosamente, mientras los tambores azuzaban en la caza del rebeco a la caballería gubernamental, con esa ebriedad pendenciera de una partida de azul desteñido al anochecer. Fue entonces cuando comprendí que para esta gente Popper sería siempre un peligroso revolucionario. "Sólo la libertad puede hacer segura a la seguridad". No nos engañemos. El liberal, como el rebeco, sigue siendo una especie excepcional en España. Y está en el punto de mira.

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