Un embajador afortunado
El embajador de los Estados Unidos, profesor Gardner, y su esposa, Danielle, terminan en breve su misión en nuestro país. La despedida es la hora de los elogios, y el matrimonio Gardner ha hecho aquí tantos amigos, e incluso relaciones de parentesco, que le van a sobrar las alabanzas. Por eso yo quiero limitarme a dejar testimonio de algo meramente objetivo: el embajador Gardner ha sido nada más y nada menos que un embajador afortunado, y la fortuna, cualidad excelente tanto para el que la tiene como, más aún, para la función que desempeña, requiere dos ingredientes: una circunstancia determinada y la capacidad para, saber bogar por ella rumbo a un puerto feliz. Lo primero es, el azar; lo segundo lo da el ca rácter; la fortuna consiste en construir, entre ambas, un destino.La circunstancia de la embajada de Gardner en España es nada menos que la maduración de una relación hispanonorteamericana que la naturaleza de las cosas abocaba, necesariamente, a llegar a ser verdaderamente "especial". Creo que fui el primero, hace ya Ibastantes años, en propugnar esta calificación, recordando que de todos los países de la Unión Europea, con la excepción del Reino Unido, es España la que comparte con los Estados Unidos Más intereses comunes, al menos potenciales. Por eso, la relación de seguridad, a veces vergonzante, iniciada hace más de 40 años ha ido eniriqueciéndose según salían a la luz más y más solidaridades económicas y culturales, estratégicas y políticas. Los masivos intercambios estudiantiles y profesionales contribuyeron a dar a conocer a España allí y a eliminar suspicacias aquí; la restauración de la democracia en nuestro país abrió las vías a una colaboración más plena, y la guerra del Golfo marcó un hito fundamental, al menos en la opinión española.
Pero Gardner ha tenido la oportunidad histórica de contribuir decisivamente, durante estos últimos y capitales años; a la aceleración y maduración de esta tendencia, desde la preparación de visitas al más alto nivel en uno y otro sentido, y la colaboración en empresas comunes bilaterales y multilaterales, hasta la aproximación y mejor conocimiento de las dos sociedades. Ha sido durante su misión cuando la agenda transatlántíca es lanzada en Madrid por el presidente Clinton y culmina -también en Madrid y pilotada por el español Solana- la reforma de la Alianza Atlántica, por no hablar de una buena colaboración política en otros campos de interés común. Pero también cuando se intensifican las relaciones económicas y comerciales entre ambos países y las educativas y culturales entre una y otra sociedad.
Porque Gardner ha sido no sólo el representante de un Estado y su Gobierno ante otro, sino excelente mediador entre dos sociedades. Conociendo y dando a conocer, abriendo posibilidades, lanzando instituciones, movilizando iniciativas más privadas - que públicas en muchos casos. Su talante profesoral -capaz de convertir en seminarios los desayunos de la embajada- y su talento intelectual -hasta ha enriquecido nuestra bibliografía con una pieza magistral de historia económico-diplomática- no han sido ajenos a ello. Ni tampoco su patriotismo liberal, que en la mejor tr adición del internacionalismo americano -contraria al unilateralismo y al aislacionismo- ha comprendido siempre que la puesta en práctica del destino manifiesto pasa por darse a conocer, comprender y ganar amigos.
Los españoles, cada vez más numerosos, que creernos en la comunidad atlántica lo echaremos de menos, porque la fortuna es una rara y benéfica cualidad: hacerlo tan bien y tan oportunamente.
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