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Reportaje:

La huida de la miseria a los 13 años

Un adolescente se escapa de su casa en Tánger y acaba su aventura en un centro de acogida en Castellón

La aventura de Mustafá empezó al nacer en Marruecos y el capítulo más reciente de su historia se sitúa en Vilafamés, un pequeño municipio castellonense de 1.500 habitantes. Allí llegó en la madrugada del pasado lunes, oculto en el interior de un camión procedente de Algeciras (Cádiz). Con sólo 13 años, Mustafá huyó de su tierra y abandonó a su padre para buscar trabajo. Esa es la razón que ha dado en el centro de acogida de menores de Castellón donde ahora es atendido. Su pasaporte en busca de una vida mejor incluía el viaje en los ejes de un autobús introducido por vía marítitna en España.Oculto en el interior de un camión, aguardando dos días sin comer ni dormir, completó su arriesgado trayecto. Mustafá fue descubierto por los empleados de la empresa de cerámica Hispagrés, SA, cuando éstos se disponían a cargar el camión de un transportista autónomo que suele trasladar partidas de azulejos desde la provincia de Castellón hasta Cádiz. El vehículo pesado debía recoger todavía el cargamento de otras fábricas de la zona. Eran las cinco de la madrugada. "Estaba acurrucado en un rincón, helado y muy sucio", explica Juan Luis Collado Bou, de 32 años, que desempeña trabajos como hornero desde hace dos años.

El niño había recorrido el trayecto en un camión sin toldo. Collado y sus compañeros llevaron a Mustafá junto al horno donde se cuece el gres a una temperatura de 50 grados para calmar el frío al muchacho. Después le ducharon con detergente, le vistieron con ropa limpia y le dieron de comer. "Estaba hambriento. Le llevamos al restaurante que hay al lado de la fábrica y allí comió hasta que quedó harto", cuenta Collado. Juan Luis Collado acogió a Mustafá en, su domicilio, en Vall d'Alba, donde durmió varias horas hasta que dos agentes de la Guardia Civil le recogieron. El niño, por orden del fiscal de menores, fue trasladado a un centro de acogida de menores dependiente de la Diputación castellonense, donde ahora recibe tratamiento psicológico.

"El niño está traumatizado", asegura el subdelegado del Gobierno en Castellón, Vicente Sánchez Peral. El chico, según la dirección del centro, está más tranquilo, pero apenas comunica con nadie. Sólo habla árabe. Un intérprete de la Cruz Roja intentaba ayer platicar con él para determinar su procedencia y conocer la identidad de sus padres, todavía ilocalizados. El Tribunal de Menores tiene la última palabra acerca de la situación de Mustafá. En la mañana de ayer visitó al muchacho en el centro de acogida para comprobar su estado físico y decidir si se queda en España o si es repatriado a su país de origen, pero las autoridades españolas ya han iniciado gestiones para tramitar su retorno. Pese a que el niño vive ajeno al revuelo que ha causado su llegada, según la dirección del centro, afronta con temor el desenlace de su historia. No parece que desee regresar. "Ha debido pasarlo muy mal en su país para decidir venir a un sitio extraño", indica una de las responsables del centro de atención. Con los interrogatorios empieza el fin de su utopía. Los contactos abiertos entre la subdelegación del Gobierno de Castellón y el Ministerio de Asuntos Exteriores y las embajadas de Marruecos en Madrid y Barcelona para programar el regreso de Mustafá a Tánger hacen inútil su arriesgado intento de quedarse en España. "Cuando esté localizada su familia, y sus condiciones físicas lo permitan, será trasladado a su domicilio. Debe volver con sus padres", sentencia Sánchez Peral. "Primero tenemos que buscarlos, porque igual ha venido a España en busca de ellos añade. Sin embargo, según comunicó el joven a sus protectores, sus padres están separados y residen en diferentes ciudades de Marruecos. Su padre está en Tánger y a su madre no la ve desde hace tiempo.

Las fuerzas de seguridad trabajan con una fotografía del chico, indocumentado, para encontrar a los familiares. Después de abandonar su país y recorrer un millar de kilómetros, el sueño de Mustafá, como el de tantos otros inmigrantes ilegales que arriesgan su vida para cruzar el estrecho de Gibraltar, se desvanece. No se sabe si el chico se introdujo en el barco que le permitiría pisar tierras nacionales por su propia iniciativa o si recurrió a algún grupo organizado para, previo pago, conseguir la ayuda precisa para alcanzar su idealizado destino.

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