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Tribuna
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La oposición liberada

Emilio Lamo de Espinosa

Talento es, por ejemplo, la capacidad de resolver una ecuación compleja sin casi pensar en ella, como quien rompe, de un solo golpe, el nudo gordiano. Talento político que ha emanado a raudales de Felipe González durante más (le dos décadas desde aquel Suresnes de 1974 en que, con un hábil golpe de mano, se hizo con un partido en el que nadie creía. El mismo, talento con el que resolvió, en un par de días y en soledad, que lo mejor para todos -para el partido, para España e incluso para él- era retirarse. El proyecto político de Felipe González exigía, hoy, ahora, la renuncia de Felipe González.Hace ya casi tres años escribí en estas páginas que, el modo como un político se marcha colorea retrospectivamente toda su trayectoria y contribuye a redefinirla en una nueva luz. Sigo pensando que esa renuncia hubiera debido realizarse hace varios años, antes de las elecciones de 1993 y sin duda antes de las de 1996, ahorrando al partido el trauma de esta renovación inesperada y que probablemente no ha hecho sino comenzar. Pero una y otra vez repitió González en el Congreso que se iría con honor. Y lo ha hecho; justo en el momento en que su estrella declinaba claramente.

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La renovación del socialismo británico y, sobre todo, del francés, realizada ésta con una celeridad que nadie sospechaba, eran ejemplos patentes, espejos que nadie podía ignorar. Una renovación en parte generacional, pero que es también ideológica. La misma renovación que se gestó en el PP hace años y que se está gestando en el PSOE.

En su discurso, Felipe repitió por dos veces que, en 1974, al asumir la Secretaría General, tenía la edad de la cuarta parte de los delegados. Efectivamente, más del 25% (le los delegados de este XXXIV Congreso tienen menos de 35 años y la edad media es de 40 años; para tres de cada cuatro delegados éste es su primer Congreso; sólo el 13% son obreros manuales; sólo dos de los casi mil son parados; la mayoría tienen estudios superiores. Cierto, muchos son cargos públicos y entre ellos hay numerosos ex ministros o diputados y senadores cuasi-profesionales. Pero esa élite de cincuentones se asienta sobre una base nueva para quienes -como para la generación de Aznar- la democracia no es "su" conquista histórica, sino una herencia recibida. Felipe puede intentar enseñarles "de donde venimos", pero a ellos les preocupa -al igual que a Felipe hace veinte años, como, recordaba en su discurso- no el pasado, sino el futuro, en el que Felipe puede no aparecer.

González quería renovar el partido. Todo parece indicar que esta vez sí lo ha intentado seriamente. Pero no podía permitir ni que el Congreso consagrara la liquidación del guerrismo -como si ésta no fuera una opción con respaldo, en el PSOE y fuera de él- y menos que ésta se hiciera al riesgo de territorializar el único partido de base nacional. Su renuncia ha liberado al socialismo de su principal baza y su principal problema. Pero es más que dudoso que sus objetivos vayan a cumplirse.

Pues la elección de Almunia, hombre de enorme responsabilidad y honestidad, se hace a costa de la marginación del guerrismo, gracias al pacto de los barones territoriales 31 con bien pocas novedades. Todos ven en Almunia un candidato de transición que deja la puerta abierta a cualquier alternativa. Puede que incluso Felipe González lo vea así también, pues si algo ha dejado claro es que no renuncia a presentarse en el futuro (¿si éste le es judicialmente favorable?). Muchas cortapisas para una renovación.

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En todo caso, y con esa sencilla renuncia, Felipe González gana en quince minutos el XXXIV Congreso del PSOE; derrota a sus antagonistas internos, liquida el guerrismo y pone en evidencia las baronías; limpia su pasado político liberando a su partido del mismo, y permitiendo evaluar con objetividad el brillante historial que inició en 1982; pero, sobre todo, desmonta el discurso del PP, que ya no podrá repetir "váyase, señor González", ni tampoco "ustedes lo hicieron antes". Les ha cambiado el paso a todos, pero sobre todo al PP. El socialismo de 1982 a 1997 es ya historia. Los populares tendrán que enfrentarse, por fin, a sus propias responsabilidades sin escudarse en las de sus antecesores. Por fin tendremos una oposición que pueda hacer frente al Gobierno.

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