Preciados y Dalí reciben a 18 grupos en directo
El termómetro de la calle de Preciados señalaba 30 grados justo cuando empezaba a actuar Brother 2 Brother, el primero de la tanda de nueve artistas que iban a ir desfilando ayer por el centro de Madrid con motivo del Día de la Música. Eran las doce del mediodía. Al mismo tiempo, la plaza de Dalí recibía a los tres grupos que acaban de ganar el último Imaginarock-97: Blues, Tallafé y Mescolanza. Les siguieron otros seis. Así hasta las nueve de la noche.
Blues, Tallafé y Mescolanza tomaron después el puente aéreo rumbo a Barcelona para repetir la experiencia. Las dos ciudades se unieron así ayer simbólicamente para que los músicos de España reivindiquen un viejo anhelo: lograr que la música tenga reconocimiento como manifestación cultural plena y reciba un trato fiscal justo, equivalente al del libro. Pero al margen de ello, la jornada de ayer era de fiesta, se celebraba el Día de la Música.La brisa del mediodía y las guirnaldas que cubren desde hace semanas con colores la zona comercial del centro atenuaban el calor, pero en la plaza de Dalí, más desangelada sin esos sombrajos, la canícula echaba para atrás al público. A primeras horas de la tarde, las actuaciones de Los Piratas y Makaroff en Preciados recibían más gente que las de Pulgar, Manuel Illán o Lucrecia en la explanada que linda con el Palacio de los Deportes.
Conforme fue concluyendo la tarde, la afluencia se hizo mayor en los dos lugares y a las actuaciones de Tonxtu, Jaime Anglada, Patricia Oliver, Sorderita o Chano Domínguez, en uno y otro lugar, se fueron uniendo más paseantes.
No sólo desde esos dos escenarios oficiales se celebraba la efeméride pues charangas espontáneas calentaban a la gente con sus pasacalles. Una batucada brasileña se mezcló con los acordes de Sergio Makaroff cuando estaba interpretando, precisamente, Esta noche sólo quiero bailar, pero el cantante argentino los despachó haciendo gala de un enorme sentido del humor e incluso improvisando estrofas alusivas a la interrupción.
No hubo mecheros encendidos en ningún momento; era de día y no todos los artistas eran conocidos para el gran público. Pero no dejó de sentirse que la música estaba en la calle, por un día al menos, y que disfrutarla no costaba un duro. Tan en la calle que los actuantes no tuvieron ni camerinos y cada vez que terminaban su turno se quedaban ahí mismo, entre la gente.
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