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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La transición, en marcha

FELIPE GÓNZALEZ no repetirá como secretario general socialista, según anunció ayer ante los conmocionados delegados del 34º Congreso del PSOE. Durante meses se había barajado la hipótesis de una transición pilotada por el propio González, cuya primera señal sería su renuncia a volver a ser candidato a la presidencia del Gobierno. Su decisión ha sido la contraria: se reserva la posibilidad de volver a encabezar el cartel electoral -aunque no se postula expresamente-, pero abandona la secretaría general después de 23 años.Ello obliga a los delegados a decidir en 48 horas, improvisadamente, sobre algo que ni siquiera estaba planteado de forma explícita. El resultado es que se desatasca el proceso de renovación -bloqueado por resistencias internas-, pero se abren numerosas incertidumbres sobre el futuro de un partido hasta ahora muy marcado por la fuerte impronta de su líder.

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La primera incertidumbre deriva de la ausencia de un candidato claro a la sucesión. Si se opta por una fórmula continuista, eligiendo a alguien que aparezca como heredero de la legitimidad de origen del grupo de Suresnes, es factible que González siga ejerciendo el liderazgo, sin excluir la posibilidad de volver a presentar su candidatura a La Moncloa. Por -el contrario, si los delegados optan por un secretario con personalidad propia (y no muy implicado en las batallas internas), es más probable que se convierta en un nuevo foco de lealtades y acabe asumiendo también el liderazgo externo. La experiencia aconseja no dar nada por definitivo en este terreno: hace dos años, Jospin parecía una alternativa provisional, y ahora gobierna Francia y dirige el partido más votado de ese país. El propio González recordó ayer que a él lo eligieron en Suresnes "por exclusión", y ha permanecido 23 años en el cargo.

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Desde entonces, varias veces ha amagado con irse. La más sonada fue su dimisión en el 28º Congreso, al ver rechazada su propuesta de abandonar la definición marxista del partido. La posibilidad de que nos encontremos ante un órdago parecido es remota, por no decir nula. Un regreso plebiscitario no sería entendido por la opinión pública, y no parece que González haya perdido su instinto para saber lo que los ciudadanos aceptan y lo que no. La hipótesis de renunciar a ser candidato electoral la ha planteado varias veces, la última a fines de 1995, cuando parecía decidido a dar la alternativa a Solana. El nombramiento de éste como secretario general de la OTAN impidió saber si se trataba del Jospin español. La fórmula ahora elegida no excluye, pero tampoco favorece, esa opción.

Es difícil saber cuándo tomó González la decisión anunciada ayer. Desde hace años es claro su alejamiento psicológico de las tareas del partido. Su propuesta, en los meses siguientes a la derrota electoral, de crear una fundación como marco para la elaboración teórica refleja su escasa confianza en el partido como instrumento único para actualizar el mensaje político. Que el trabajo interno no le estimula no es ningún secreto. Si el tándem con Guerra se prolongó mucho más allá de la pérdida de sintonía personal es porque la división del trabajo entre ambos le permitía desentenderse de las tareas de partido. En ese sentido, es posible que la salida sea menos improvisada de lo que parece. Pero también puede ser que la tenaz resistencia del vicesecretario para abandonar su cargo y el escaso entusiasmo de los barones a la hora de predicar la renovación con el ejemplo haya precipitado las cosas. Entra dentro del estilo de Felipe González desbordar a todos con un golpe de audacia: si hace falta, me voy yo; dos por el precio de uno.

Es Guerra quien, una vez más, llega tarde: nunca se arrepentirá suficientemente de no haber dimitido como vicepresidente del Gobierno cuando estalló el escándalo de su hermano, en 1990. Al final tuvo que irse, pero ya no por decisión propia, sino porque no le dejaron otra salida. Ahora también tendrá que irse, pero sin la grandeza de quien renuncia para facilitar una solución. Hace unos años la salida de Guerra hubiera podido ser interpretada como muestra de la sinceridad del propósito de renovación (y enmienda) de los socialistas: la división de tareas entre el uno y el dos hubiera permitido atribuir al segundo, que era quien en la práctica dirigía el partido, la responsabilidad de los escándalos relacionados con la financiación irregular; lo que vino después (Rubio, Roldán, etcétera) demostró que las responsabilidades estaban muy repartidas. Por eso, el cambio de personal político como condición para recobrar la credibilidad tenía que ser profundo.

La resistencia de Guerra y algunos barones ha acabado de convencer a González de que él también tenía que irse para que de verdad se iniciara una nueva etapa. Su renovador discurso de ayer, y en especial su apelación a buscar candidatos con los que se identifique el electorado, y no sólo los militantes" confirma que se trata del político de más calidad de su generación. Y que entiende que hay que dejar paso a la siguiente.

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