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Europa después de Amsterdam

La larga noche de Amsterdam ha concluido con amargura y desilusión. Seríamos desleales con nosotros mismos y con los demás si no lo dijéramos.De todas formas, no se pueden ignorar los avances conseguidos en el camino de esa negociación permanente en que se ha convertido ya la Unión Europea: los derechos fundamentales, las garantías del ciudadano, el papel del Parlamento Europeo, la política social y de empleo, la transferencia a la esfera comunitaria de asuntos de justicia y de política interior -gobernados por la unanimidad-, el refuerzo de la cooperación intergubernamental en la seguridad, el voto por mayoría en política exterior, la flexibilidad, contribuyen a una Europa más equilibrada. En cualquier casó, una Europa enriquecida en términos de solidaridad, libertad y participación.

Pero una vez más se han aplazado elecciones que incluso son ineludibles. No ha sido posible hallar un interlocutor político igualmente autorizado a la supranacionalidad monetaria, hacer más inmediata la creación de un espacio en el que el ciudadano pueda moverse con -seguridad, dotarse de una política exterior que no sólo sirva para la consulta, sino que también sea capaz de actuar y de emplear la fuerza.

Habíamos advertido este riesgo hace tiempo. Sobre todo, el riesgo de poner el acento exclusivamente sobre la moneda y la ampliación. Es seguramente importante que en Amsterdam se haya evitado la fractura en las etapas de acercamiento al euro, que se haya evitado el enfrentamiento entre dos culturas de las finanzas, la política y la económica. Por tanto, el proyecto de la moneda única prosigue su camino. Después de Amsterdam es más creíble una euromoneda estable en el tiempo, fuerte, atractiva para los ahorradores y que no sea instrumento para atraer consensos fáciles. Y es siempre lícito imaginar, dado que está en la fuerza de las cosas, que la moneda única contribuya a hacer emerger y consolidar ese gobierno de la economía de que también se ha hablado en Amsterdam, quizás en una forma que el futuro resolverá.

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Con relación a otros aspectos, en Amsterdam. hemos visto con frecuencia una Europa demasiado opaca, inclinada a los aplazamientos, a las ambigüedades, prisionera de intereses, en algunas ocasiones no nacionales, sino nacionalistas. Con sinceridad y tenacidad que han sido ampliamente percibidas desde el exterior, hemos intentado hasta el final que prevalecieran ambiciones razonables, para evitar que Europa se vuelva a encontrar desnuda ante los dos grandes desafíos de la moneda y de la ampliación, para que la moneda no se edifique en el desierto de la política. La mayoría de nuestros interlocutores han querido privilegiar el respeto de los tiempos de la conferencia intergubernamental en relación con el contenido, ha preferido aplazar una vez más las elecciones más difíciles, en especial en el tema de las instituciones y de la seguridad y la defensa. Incluso habríamos podido, y lo sopesamos largamente con el presidente Romano Prodi, pedir que se suspendieran. los trabajos. Sobre todo, porque éstos, en una hora tardía, se desarrollaban en un marco más adecuado para un maratón que para una negociación sobre la constitución europea.

Por lo menos nuestra tenacidad e intransigencia habrán contribuido, tanto en las cuestiones de seguridad y defensa como en las de las instituciones, a impedir que se dieran soluciones ambiguas y sólo aparentemente capaces de sostener el peso de una Europa más amplia. Mejor aplazarlas para un momento más propicio, para una coyuntura política que se espera sea más favorable, después de la cita de la moneda y antes de iniciar la ampliación.En último análisis, ése era el objetivo de las reformas institucionales, y para ellas el tiempo no ha concluido todavía.

Habríamos incluso podido, decía, bloquear todo en Amsterdam. No lo hemos hecho porque una pausa para la reflexión no habría sido suficiente para superar el estancamiento de los posicionamientos actuales, de los vetos entrecruzados, de las prioridades no coincidentes, de las rigideces que a veces nos han parecido incluso obtusas. Era mejor, por tanto, esperar un momento más propicio, si no se quiere dar a Europa un rostro que la haga asemejar a un calvario capaz de hacer caer Gobiernos y de desplazar las mayorías. Por tanto, era mejor, de acuerdo con la filosofía algunas veces amarga, pero lúcida, que sugería Altiero Spinelli tras el Acta Única, consolidar lo que se ha obtenido y retomar el camino hacia la próxima cita.

Las etapas de este Itinerario deben ser claras: aceptar los pasos adelante realizados en Amsterdam, al haber ratificado el tratado; abrir en enero la negociación para la ampliación; decidir, en la primavera de 1998, sobre la moneda única; aportar los necesarios ajustes, en el plano de las instituciones, para lograr una Europa más amplia; finalmente, poner en marcha, con el ingreso del primer grupo de nuevos países miembros, el gradual acercamiento de la otra Europa.

Son éstos otros muchos momentos en los que tendremos ocasión de aclarar y sostener la Europa que deseamos. Una Europa que no se prepare para dar un salto en la oscuridad, en el vacío de las instituciones. Que siga, por el contrario, un camino racional. Las claves de Europa estarán entonces todavía en nuestras manos. Sobre todo, si otros, con una reflexión más madura de lo que ha sido posible en las breves y problemáticas horas de la larga vigilia de Amsterdam, saben medir los riesgos de una Europa invertebrada. Europa ya no gira en tomo al eje carolingio sobre el que había nacido. Debemos pagar un peaje para extender un proyecto grandioso en espacios cada vez más amplios y cada vez menos homogéneos. Siempre que sea claro y distinguible lo que unos quieren de lo que otros sólo fingen querer. La llegada de la moneda única y la inminencia de las nuevas adhesiones aportarán, sin duda alguna, aclaraciones saludables.

Nuestra amargura no debe privamos de una estrategia racional, con amplitud de miras. Es necesario construir, como siempre, sobre los resultados obtenidos, por muy insatisfactorios que puedan ser. A lo largo de la historia de Europa, según un filósofo alemán de la ilustración, Moses Mendelssohn, incluso en los momentos más oscuros hay siempre luz suficiente para iluminar el paso sucesivo. Esta sigue siendo la clave de la integración europea, incluso después de Amsterdam.

Lamberto Dini es ministro de Asuntos Exteriores de Italia. La Stampa.

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