"Manu militari"
Hay algo en la cabeza de centurión de Capello que explica mejor que cualquier otra cosa el estilo del Madrid, su cosa, vamos a decir. Esa mandíbula prognata, la mirada urgente y el exceso gestual es la imagen del equipo, que se ha subordinado a la tesis de su entrenador. "El fútbol es cojones y simplicidad", les dijo a los jugadores en la pretemporada. Y así han jugado, en plan machote, con vigor y una obediente disciplina, con un punto cuartelero. Todo ante el gesto autoritario de su entrenador, cuya preocupación máxima ha sido precisamente el dejar bien clara su autoridad. En el industrioso fútbol del Madrid se ha hecho muy evidente que ha habido un capataz, el tipo que manda.Hay equipos donde se genera un proceso de complicidad entre el entrenador y los jugadores. Hay otros donde la figura del técnico sirve apenas como factor de equilibrio entre todas las partes del club. Es muy claro también que hay entrenadores débiles, superados por el carácter de la plantilla. Capello, en cambio, ha propuesto a su equipo un modelo de absoluta subordinación que ha tenido más éxito en los resultados que en la memoria de los aficionados. La tesis de Capello pasa por un fútbol exigente en lo físico, férreo en el orden y muy leve en lo creativo.
Algo tiene que ver con el fútbol del Madrid la ausencia de momentos inolvidables, de partidos que permanezcan archivados en la memoria. Acaso aquel 1-4 en el Manzanares, pero eso estuvo más relacionado con la emergencia de Raúl en un momento crítico que con cualquier otra cosa. El resto de la temporada se ha ido en un run run sin altibajos, un fútbol mecanicista que se recibió en Chamartín con la satisfacción que procuran las victorias, pero sin el entusiasmo que produce la belleza.
En un equipo de una seriedad tan solemne, tan militar, sólo se ha reído Roberto Carlos, que se ríe por todo. Ha estado bien como excepción. Porque resultaba muy difícil sonreír en este Madrid sobrecargado de funciones laborales y casi desprovisto de la parte amable: del balón. En este aspecto ha. sido un equipo claramente desequilibrado hacia lo táctico, hacia un sentido italianizante del juego. Aunque el modelo de Capello no es en absoluto novedoso en nuestra Liga -Clemente ganó dos campeonatos con el Athletic con eso que ahora se llama tridente (Dani, Sarabia y Argote), la defensa en línea, los pases cruzados de Goikoetxea a Dan¡ y la llegada de los centrocampistas para ganar los rechaces-, el plan del Madrid ha tenido éxito por su habilidad para explotar cierta ingenuidad del fútbol español.
Cuando los equipos se han decidido a jugarle al Madrid como juega el Madrid -el partido de San Mamés es el caso más palmario-, el campeón no ha tenido respuestas convincentes. El equipo de Capello ha preferido los equipos que le han ofrecido un duelo frontal, generoso, sin grandes peajes tácticos. Entonces se ha impuesto la maquinaria del Madrid, con las claves que se han repetido de forma obsesiva durante toda la temporada: seis jugadores por detrás de la línea del balón, la salida con el pelotazo hacia las bandas -una manera de no desordenar jamás el sistema defensivo-, el desinterés por la elaboración del fútbol en el centro del campo, un espacio que sirve para presionar y quitar, pero no para jugar, y la explotación máxima del talento de Raúl, Mijatovic y Suker en las situaciones de contragolpe o de mano a mano con los defensas. Si el campeón siempre genera moda, se avecina un estilo que producirá implacables empates a cero en las próximas temporadas.
Es evidente que Capello disponía de un modelo y que lo ha ejecutado sin miramientos, de la forma sumaria que se espera de los capataces estrictos. Por ahí se desliza otra consecuencia de la Liga: el Madrid tenía un plan y el Barça no lo tenía. Entre el exceso ordenancista y el caos, ganó el equipo que al menos fue coherente. Simplicidad y cojones. Sin atractivos, terrible quizá, pero coherente.
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