Toros
El 2 de junio vieron cómo José Tomás, un muchacho de alrededor de veinte años y con trazas de figura del toreo, era cogido por un toro y, sangrando, llevado a la enfermería donde otros muchachos como él y otros hombres hechos y derechos han muerto.Cuando risueños, con aire de fiesta, bajaban la calle de Alcalá hacia la plaza de toros de Las Ventas, no es ya que los aficionados supieran y no les importara que iban a ver cómo, llenos de agujeros por donde la sangre brotaría, unos cuantos toros, que se caerían o no, que entrarían o no al trapo y que pasarían o no como mandan los cánones alrededor del diestro, terminarían muriendo de una estocada, un descabello o una puntilla, sino que también sabían que un hombre o un muchacho que, es cierto, se habrían ofrecido voluntarios en espera de la fama y el dinero, delante de ellos, seguros en los tendidos o allá arriba, en gradas y andanadas, podría echar la sangre a borbotones y, tal vez, ir a morir allá a la enfermería, mientras ellos seguirían aplaudiendo o silbando, y algunos pidiendo que se arrimase más otro diestro.-
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