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¿Hasta cuándo, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?

El esperpento que tal vez inspiraría a don Ramón del Valle-Inclán- está llegando a su fin. El telón está a punto de caer. El sainete tragicómico del espectáculo circense que durante meses se ha centrado en una fiscalía, cuyo nombre no es necesario mencionar, ha superado las cien representaciones como antaño acontecía con las grandes obras de teatro.Realizaré la crítica de la farsa sin que nadie, absolutamente nadie, vaya a conseguir callarme, como durante los últimos tiempos se ha intentado. No lo conseguirán ni los insultos e improperios dirigidos desde algunos periódicos o revistas, ni los esparcidos desde alguna emisora de radio a los cuatro vientos, en la que los que en ella intervienen ignoro si visten o no sotana.

Por mucho que quieran atribuirme que soy tapadera de los GAL -que tanto daño han hecho a la democracia-, no callaré. Por mucho que afirmen falsamente que el objetivo que perseguía la inspección fiscal era acabar con unos jueces en concreto, no callaré. Por más que reciba críticas de quienes desempeñan funciones de gran reponsabilidad, bien sea a través de declaraciones en un periódico o incluso desde donde está encarnada la soberanía popular, no callaré. Por más, en fin, que quieran atribuir las irregularidades detectadas a la influencia del peligroso encanto del felipismo, no callaré.

Y no lo haré porque por encima de todo ello está la dignidad personal. Quien pierde su dignidad tal vez siga respirando, pero realmente está muerto. Mas por fortuna, quien esto escribe respira hondo y está muy vivo.

Al final de la representación del drama algo está muy claro. El objetivo a alcanzar no era saber la verdad de cuanto en esa fiscalía acaecía. No. Se utilizó a la inspección -con el encargo del "caiga quien caiga"- para encontrar motivos que justificaran la remoción fulminante del fiscal jefe, ante todo un hombre de bien, destituido de forma cruel, manipulando para ello al Consejo Fiscal. Pero he aquí que se descubrieron unas irregularidades que no entraban en el programa y la inspección, cumpliendo con su función, lo puso en conocimiento de quien había efectuado el encargo. Los hechos eran tan claros y tan imposible el disimularlos que se iniciaron unos expedientes en base al informe elaborado, serio y riguroso.

Todo él, basado en numerosos escritos, sirvió de base a los instructores que entendieron que tales hechos no quedaron desvirtuados tras la tramitación de los expedientes. El informe de la inspección, valga la expresión en términos coloquiales, va a misa pese a quien pese, por muchas artes y mañas prestidigitadoras que ahora quieran utilizarse. Para la historia queda.

Si unos fiscales, afortunadamente ocurre con poca frecuencia, incurren en una falta, se les sanciona y ello no tiene por qué ser noticia. Lo noticiable durante todo este proceso ha sido el ensalzamiento continuo por parte de quien ordena que se abran los expedientes, lo que no deja de ser contradictorio, y por parte de algunos miembros del Gobierno.

A nadie debe movernos el rencor hacia persona alguna. Desde luego, no es mi caso y, con serenidad, reconozco los servicios que estos compañeros han prestado a la sociedad, y de forma arriesgada. Pero no se diga que son los únicos que con las armas de la ley -las únicas de las que disponemos y que no son nimias- pueden hacer frente al terrorismo. Mil trescientos fiscales están plenamente capacitados para ello.

De otro lado, llama la atención que por el Parlamento no se reclame de una vez el informe de la inspección y se debata en profundidad, previa la comparecencia de quien sea necesario, todo lo acontecido en esa fiscalía a la que, de otra parte, todos deseamos lo mejor por la importante misión que tiene encomendada.

Un último mensaje a los inspectores fiscales. Han cumplido bien con su labor. No han de caer en el desánimo, pues la jurisprudencia que parece haberse sentado en un futuro necesariamente tendrá que cambiar. Bien conocidos son dentro del ministerio fiscal. No han sino recogido la verdad y nada más que la verdad. Y sabido es que: "La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés". Tal dijo hace tiempo un compatriota nuestro, sabio, maestro y poeta que, amando profundamente a su país, lejos de él murió. Llamábase Antonio y se apellidaba Machado.

Juan José Martínez Zato es fiscal de sala del Tribunal Supremo y jefe de la Inspección Fiscal de la Fiscalía General del Estado.

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