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Tribuna
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El manifiesto

En 1998 se cumplirán 150 años de la edición del Manifiesto comunista y El Viejo Topo ha hecho una edición popular del texto de Marx y Engels, con prólogo de Francisco Fernández Buey. Si admirable es Miguel Riera por sacar adelante quijotadas como Quimera, El Viejo Topo y Montesinos, Fernández Buey tiene alma de superviviente de las ruinas de la izquierda amurallada, quizá porque él jamás se dejó amurallar del todo por izquierda alguna. El texto del profesor aporta patrimonio cultural sobre la historia de un manifiesto que hizo historia y que estuvo a punto de poner en verso un equipo dirigido por Bertolt Brecht; también aporta un honestísimo razonamiento sobre la razón del prólogo y de la lectura de un clásico de la razón obrerista durante casi 150 años.Fernández Buey defiende la lectura del libro al margen del fracaso histórico del llamado socialismo real, de la misma manera que los científicos no tienen por qué dejar de leer la Biblia. Los libros sagrados no se jubilan nunca. El manifiesto ocupa un lugar de honor en la historia de la literatura de la esperanza laica movida durante dos siglos por el evidente sujeto histórico de cambio: el proletariado industrial.Añade el prologuista: "La lectura del manifiesto siempre produce inquietud, turbación. Desde su primera frase: 'Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo', hasta la última: 'Proletarios de todos los países, uníos', el lector quedará siempre cogido por la impresión de que aquello va con él, y además, en serio". Como todo mensaje que amenaza al establishment depredador en cualquier tiempo, el manifiesto representa la incómoda evidencia de que había que alterar las relaciones de dominación. En 1848. En 1998. "A cada cual según sus necesidades, a cada cual según sus capacidades" propondrán también los futuros fantasmas de la emancipación.

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