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Garrotazos

Enrique Gil Calvo

Entre 1821 y 1823, Goya pintó una serie de frescos en la llamada Quinta del Sordo (hoy en el Prado) que constituyen el nuevo testamento evangélico de su pintura negra. Y entre esas composiciones destaca una que se conoce bajo distintos títulos: Dos forasteros (Brugada), Los gallegos (Yriarte) o Riña a garrotazos (Catálogo del Prado). En ella figuran "dos mocetones que, enterrados hasta las rodillas en arena o en lodo, luchan con feroz encono sin poder esquivar los golpes. En el paisaje dramático que sirve de fondo no se advierte más vida que la de alguna hierba rala y,, a la derecha, el paso de unos toros negros. [Esta pintura] se ha. dado como expresiva de la pasión política, del odio fratricida" (F. Sánchez Cantón).Dentro de un par de días tienen que reunirse los señores Aznar y González para celebrar una de sus' raras reuniones en la cumbre. Y es tan tenebroso el clima político que rodea su encuentro que la imagen que sin duda mejor le cuadra es la pintura de Goya citada más arriba, símbolo tradicional del enfrentamiento entre las dos Españas que atraviesa toda nuestra historia contemporánea. Pues efectivamente, ambos contendientes actuales tienen sus piernas trabadas por asuntos inconfesables: Aznar por sus opacos vínculos clientelares con Anson, Ramírez, Campmany, Cacho, Liaño y Conde; González por su inexplicada responsabilidad sobre Filesa y los GAL. Y ambos se están propinando garrotazos contundentes: Aznar esgrime la amnistía fiscal, la nacionalización del fútbol y la expropiación de Sogecable, mientras González contraataca con la pública denuncia del aparente gangsterismo de que hacen gala los poderes que hoy controlan Moncloa.

Mientras tanto, la ciudadanía asiste con estupor al deterioro de la cosa pública sin poder evitar que los agentes políticos se autodestruyan con esterilidad suicida. El Partido Popular acaba de celebrar su primer aniversario en el Gobierno sin poder explotar sus aciertos económicos, a pesar de que les haya sonado la flauta por casualidad. Y es que en su programa electoral prometían regeneración política cuando lo único que están cosechando, como consecuencia de su irresponsable siembra, es mayor degeneración política. Tanto es así que nos acercamos al Centenario del 98 con la reedición de un clima político más derrotista que aquel macilento del siglo pasado, pues si entonces la causa fue la pérdida de una guerra colonial, hoy la razón es la imposibilidad de ganar una no declarada guerra civil incruenta.Así que a estos hijos de los vencedores de la Guerra Civil, que tan resentidos parecen de que la Historia haya condenado moralmente a sus padres (pues esta mala conciencia heredada es lo único que parece poder explicar su obsesiva sed de venganza y su revanchista toma de represalias), más que el epíteto de regeneradores les cuadra el de degeneracionistas. Y lo más grave es que lo van a conseguir ya que, en efecto, la escena política española está degenerando a marchas forzadas, moviendo a sus actores a emprender caminos sin retorno que sólo conducen a la adopción de tácticas suicidas.

Pues esta compulsión autodestructiva está contagiando a todos por igual. Al señor Aznar, que se las da de padrino mafioso para tapar su vergonzante inseguridad. Al señor González, que se defiende de sus acusadores como gato panza arriba, uniendo su suerte a la de su partido, con lo que le impide superar su histórica responsabilidad. Al señor Anguita, marido celoso que prefiere matar a la que considera su legítima propiedad, la izquierda española, antes que verla en manos de otro. Al señor Arzalluz, que ante su impotencia para desautorizar a los nazis prefiere instrumentarlos a riesgo de destruir Euskadi... Y así todos, en una carrera suicida por ver quién es más irresponsable que los demás, pues sólo los catalanes (Pujol, Maragall, Ribó) parecen conservar el sentido común y la responsabilidad institucional. Tanto es así que su sensatez les hace parecer forasteros en un país donde sus naturales sólo a garrotazos intentan medrar.

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