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El sol, la fritanga y el agua milagrosa

Decenas de miles de madrileños, entre chotis y gallinejas, festejaron el día grande de las fiestas de San Isidro

Antonio Jiménez Barca

Un tipo de unos 40 años, con unos cascos de radio en la oreja y acento borrachín llegó ayer al pie de la ermita del Santo. Dio una. vuelta y preguntó a un hombre vestido de chulapo: "Oiga, compañero, usted que es de aquí, ¿para qué es esta cola?". El otro puso cara de perdonavidas y le contestó: "Para recoger agua del pozo de la ermita de San Isidro; dicen que es milagrosa". ",Y se puede uno colar?", volvió a preguntar el del walkman "Pruebe", atajó desafiante el madrileño. Pero, a la vista de los cientos de personas que aguardaban desde muy de mañana, el de la radio se arrugó y decidió que mejor que el agua se tomaba otra cerveza. Eran las doce de la mañana. Y el lugar, la pradera de San Isidro, donde ayer se juntaron decenas de miles de personas para homenajear al santo en el día grande de las fiestas isidriles y, de paso, beber limonada, lucir gorra de castizo (para los entendidos, parpusa) o meterse con valor en el estómago una ración entera de gallinejas -tripas fritas de cordero-, alimento muy del lugar y de la fecha.El sol titubeó en salir pero, cuando asomó, lo hizo en firme. Y eso animó a la gente, que se congregó como nunca en una pradera que no es la que Goya pintó (ésta duerme ahora debajo de la M-30), pero que sirve para la misma cosa.

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Santo de habas en mano

Acudió el alcalde y los concejales de la oposición, pero el protagonista era una ciudad entera decidida a pasárselo bien encima de la hierba. Hubo quien llevó tortiilete empanado y manta desde casa (los antiguos sostienen que es lo típico y lo ortodoxo) y quien tiró de barra de bar, mucho más moderno pero más cómodo. Unos 200 puestos vendían de todo: desde estampitas de san Isidro o santa Gema a fotos de las Spice Girls. Todo valió. Incluso un hombre se paseaba con un mono pequeño vestido de Superman sin que los madrileños supieran a cuento de qué.

Un trío de músicos ambulantes y pedigüeños se instaló por las buenas en un rincón del parque y desde allí atacó pasodobles a un ritmo enloquecedor. Chulapos y no chulapos salieron a bailar también por las buenas. Dos madrileños maduros, veteranos asistentes a la fiesta, decían, mientras iban con una cesta a la caza de bebidas por entre los puestecillos, que el asunto se anima año tras año. El aire llevaba de acá para allá el olor espeso de la fritanga variada, y los niños Vestidos de chulapos dormían como de milagro en su carricoche en medio del jaleo. La concurrencia hacía planes para los toros o estudiaba el programa de fiestas a fin de encontrar la mejor verbena de la noche.

En un tenderete sonaba el cuando vayas a Madrid chulona mía" mientras el personal arrasaba con los bocadillos de calamares. Pero la dueña del puesto, con pañolón y clavel, paró durante un instante el chotis para entender lo que le decían por el teléfono móvil. Cosas del fin de siglo.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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