Cambio de juego
BENJAMÍN NETANYAHU parece decidido a cambiar de reglas y hasta de juego y someter así el proceso de paz, que quedó definido en los acuerdos de Oslo de 1993, a una profunda revisión o incluso a su sustitución por un proyecto alternativo. Aún no se sabe a ciencia cierta cuál es el relevo que pretende. Netanyahu se encamina a la abierta aceptación de un Estado palestino. Todo un progreso. Pero, eso sí, un Estado disminuido en territorio y en competencias.Los acuerdos de Oslo, si no muertos, están al menos en estado de hibernación desde que Netanyahu autorizara en marzo la construcción de nuevos asentamientos judíos en Jerusalén este. La labor del mediador estadounidense, Dennis Ross, se encuentra así doblemente dificultada. Washington no se atreve, por razones internas, a presionar a Israel, al menos públicamente, para que suspenda estos nuevos asentamientos, pero está claro que habrá que reinventar un camino hacia la paz.
Los globos sonda lanzados a través de la prensa israelí señalan que el Gobierno de Netanyahu pretende, a cambio de aceptar un Estado palestino, conservar en sus manos la mitad de Cisjordania, incluidos el valle del Jordán, el corredor de Jerusalén y Gush Etzión, como áreas esenciales para la seguridad del Estado israelí. Israel impediría así el surgimiento de una frontera común entre palestinos y jordanos que facilitara el paso de los palestinos de Jordania al nuevo Estado. Por otra parte, Jerusalén ampliaría su. actual área municipal, lo que garantizaría una mayoría israelí en el resultante Gran Jerusalén. Todo ello va en contra del espíritu y la letra de Oslo y sus acuerdos derivados.
Si el pacto de Oslo se selló bajo la idea básica de "paz por territorios", Israel plantearía -de confirmarse estas intenciones que parcialmente se han ido apuntando con anterioridad- un cambio de filosofla en el proceso de paz: "Estado (palestino) por seguridad".
Netanyahu debe sentirse fuerte si lo que pretende es lanzar un órdago y afrontar lo que puede constituir una transformación del proceso de paz. Y fuerte parece estar, tras haber superado -al menos de momento- el escándalo que le rozó y que ha afectado de lleno al partido Shaas de la coalición que sustenta a su Gobierno.
Pero a la parte palestina le va a resultar extremadamente difícil entrar por este camino. No obstante, la aceptación, anunciada ayer, de un encuentro con los negociadores israelíes bajo la égida estadounidense permite albergar alguna esperanza de un nuevo arranque del proceso de paz, aunque los palestinos siguen insistiendo en que se detengan las construcciones en Jerusalén este.
El líder palestino, Yasir Arafat, da muestras de cansancio. Pero hoy, más que nunca, debería cuidar las formas y los contenidos de su Gobierno. La Autoridad Nacional Palestina no gana credibilidad decretando la pena de muerte contra todo palestino que venda tierra a los judíos. Es una vuelta atrás, pues esta práctica -"para los traidores que venden la patria a su enemigo", en palabras del ministro palestino de Justicia- había caído en desuso desde julio de 1994, cuando Arafat regresó a Palestina. La pena de muerte no está justificada en ningún caso. Menos aún para reforzar una política contra los asentamientos judíos. Que un septuagenario palestino haya podido ser asesinado por estos motivos empaña la imagen internacional de los palestinos.
Por todo ello, es urgente que el proceso de paz vuelva a encarrilarse. Dura labor va a tener Ross. Quizá debería aprovechar también los laboriosos esfuerzos de interlocución con todas las partes del enviado europeo, Miguel Ángel Moratinos. Hay mucho en juego para todos. La situación de Oriente Próximo puede contaminar -lo hace ya- el proceso de cooperación entre la Unión Europea y los países terceros del Mediterráneo.
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