Un acuerdo histórico, nos tememos
MANUEL ZAGUIRREEl autor se muestra contrario al acuerdo por el empleo firmado por los sindicatos mayoritarios y la patronal y subraya que no se va a conseguir más y mejor empleo.
No es fácil nadar contra corriente, sobre todo cuando hay una campaña mediática tan fuerte para convencemos de que el famoso acuerdo de la reforma laboral es una panacea sin necesidad de examinarlo siquiera.El riesgo de tachados de agoreros no impedirá que manifestemos nuestro suspenso a dicho acuerdo y que sigamos obstinados en exigir más y mejor empleo, en lugar de más facilidad para despedir y más debilitamiento del protagonismo y los derechos del trabajo. Y ello porque las expectativas, y la ilusión incluso, que se habían generado durante 10 largos meses de negociaciones, no se corresponden con el resultado final de las mismas.
El acuerdo no es justo por no ser equilibrado. La parte empresarial ni pone ni expone nada; los trabajadores podrán ser despedidos con más facilidad ya menor coste, en función de la nueva redacción que se ha pactado para ciertos artículos del Estatuto de los Trabajadores. En este punto los firmantes sindicales reaccionan airados alegando que nada va a cambiar, que ningún trabajador con contrato indefinido va a sufrir la menor inestabilidad. Limítense a dejar el Estatuto de los Trabajadores como está, no lo reformen, como mejor prueba de lo que sostienen. Lo anterior resulta especialmente preocupante en el contexto de Un acuerdo que explícitamente renuncia a incluir la menor previsión o medida generadora de empleo.
En otro orden de cosas, los autores focalizan la bondad del acuerdo en lo que, con notorio abuso del lenguaje, denominan "nuevo contrato indefinido". Siendo éste lo más interesante de todo el texto es, a la vez, lo más incierto, pues ese "contrato indefinido" está circundado de ocho o nueve modalidades de contrato' eventual, además de los riesgos de que entre en colisión de inconstitucionalidad con los contratos indefinidos sin comillas.
La pretensión de los pactantes de llevar la negociación colectiva a las alturas y hacerla inaccesible a la participación y control de los trabajadores y empresarios de a pie, ¿qué tiene que ver con generar empleo, con su mayor calidad y estabilidad?
No me resisto a abrir un paréntesis: este acuerdo coincide en las fechas con el vigésimo aniversario de la libertad sindical en nuestro país. Libertad sindical que se ha ido jibarizando a través de desarrollos y perversiones legislativas sobre las que no es el caso detenerse ahora. Los polvos arrojados sobre la libertad sindical trajeron los Iodos del actual paisaje sindical y, muy probablemente, ello tenga que ver con este acuerdo.
Pero, ¿y si no fuera más que un sueño, un espejismo a lo sumo? Porque apenas presentado en público este acuerdo ofrece síntomas más que inquietantes: los sindicatos firmantes están diciendo que el mismo es poco menos que un gesto, que compete a la patronal y al Gobierno ocuparse del empleo y de su estabilidad; hay auténtico griterío en las "bases empresariales" en el sentido de no asumir ni aplicar las disposiciones del acuerdo sobre el nuevo "contrato indefinido"; en las bases sindicales y laborales la cosa oscila entre el cabreo, el escepticismo o, simplemente, el ver qué pasa. No he visto tirar cohetes a ninguna de las partes implicadas. ¿Cuál es la magia del acuerdo a la que parece referirse la imponente campaña mediática de estos últimos días?
Hablemos en serio. Con el inicio del próximo siglo nuestro país chocará con una encrucijada ineludible: ser una democracia vertebrada sobre el fundamento constitucional del pleno empleo y todo lo que ello comporta en términos de cohesión social y eficiencia económica, o ser un espacio flácido, al modo de los relojes dalinianos, sobre las arenas movedizas de un mercado laboral en el que desempleo, precariedad y desregulación sean paisaje imborrable.
Quiero pensar que los firmantes del pacto por el empleo han tenido muy en cuenta qué país, qué sociedad, qué dernocracia quieren, cuando definen de histórico su acuerdo.
Leí alguna vez, no me acuerdo cuándo ni del autor, una frase que decía algo así como: cuando no hay voluntad, ni ganas, ni fuerzas para luchar, hay que pararse a pensar por qué, y evitar la tentación inútil de llamar a la impotencia "paz" o "victoria".
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