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La ruina del mendigo

Un pedigüeño protesta contra la decisión de un cura de aconsejar a los feligreses que no le den limosna

Jan Martínez Ahrens

Ramón, de 58 años, mendigo, poeta, ex presidiario y, en navidades, rey Melchor para los críos del barrio de Retiro, pasa por horas bajas. El hombre, tras cumplir durante 14 años su horario de mañana y tarde en las escaleras de la iglesia del Santísimo Sacramento, se siente "como un despedido" desde que los feligreses de la parroquia han dejado de darle limosna por consejo del cura. Un hecho que ha llevado a Ramón a emprender, con la misma constancia con la que tendía la mano, una protesta pacífica para recuperar un derecho que él considera consolidado con los años pasados en la puerta de la rica y bien situada iglesia de la calle del Alcalde de Sainz de Baranda. "Quiero que me dejen mendigar", insiste.Su lucha, sin embargo, se enfrenta con un problema añadido. Cuando el cura José Cruz recomendó desde el púlpito a sus fieles que, en vez de alimentar con sus monedas la mendicidad profesional, diesen el dinero a las asociaciones humanitarias, se topó con la cerrada protesta de otro limosnero, llamado Carlos. Se trataba de un hombre rudo con el que Ramón compartía plaza y que, por su cuenta y riesgo, dedió quebrar por las bravas la voluntad del cura. Y así, la pasada Nochebuena, en plena misa del gallo, se sentó con malas ínfulas en un banco de la iglesia. Iba, como recuerdan algunos feligreses, acompañado de una mujer y muy bebido. Tanto, que cuando el cura, en un gesto de fraternidad, invitó a los inmigrantes a subir al altar para un abrazo, Carlos despertó de su modorra etílica y bramó. "Empezó a blasfemar, a gritar que el cura no quería a los españoles. Y luego, una vez fuera, nos dijo que tenía una escopeta y que nos mataría. Y para asustarnos más, nos recordó que había estado en la cárcel por violación, cosa que la mujer que le acompañaba nos confirmó", recuerda la voluntaria de Cáritas y portavoz parroquial Pilar Abia.

A partir de aquel momento, Carlos, en un intento de recuperar su cuota limosnera, no dejó de irrumpir en plena misa y proferir blasfemias de todo pelaje. Hasta tal punto, según Abia, llegaron a agobiar estos furibundos ataques al párroco que éste decidió contratar los servicios de un vigilante jurado para impedir la entrada del temido Carlos en la casa de Dios.

La medida de protección consiguió su objetivo, pero de rondón dejó a Ramón, el único limosnero que aún seguía a pie de escalera, sin puesto y con el recelo de los vecinos en los bolsillos. Fruto de esta situación, sus ingresos, según su propio testimonio, sufrieron una merma inmediata. Si antes sacaba unas 8.000 pesetas cada fin de semana, pasó a ganar unas 500. La ruina. Pero Ramón, como él mismo cuenta, no se dio por vencido y decidió luchar por su supuesto derecho a mendigar."Están pagando justos por pecadores. Es inconcebible que los curas digan que hay que ayudar a los pobres y que luego echen a los mendigos", proclama Ramón a todo aquel que pasa por su vera. Y acto seguido, como para disipar cualquier duda, el mendigo, que duerme en bancos o entre cubos de basura, remacha su defensa de esta guisa: "Todo el mundo me conoce y sabe que soy bueno. En Navidad me disfrazo de rey Melchor y reparto caramelos a los críos. También escribo poesías para los feligreses, poesías de amistad". La voz de Ramón huele a cerveza. Sentado en un banco cercano a la iglesia, saluda a los vecinos y les para. "¿A que soy bueno? ¿A que me conocen? ¿A que no es justo lo que han hecho conmigo?", les pregunta. Esa es su forma de protestar. Los vecinos, esquivos, le responden con un saludo, algunos incluso le dan la razón. Y otros le recuerdan que no todo fueron rosas.Dinero útil"Se le ha intentado ayudar y no ha querido. Lo que no se puede consentir es que se conviertan en mendigos profesionales. Si el dinero que se les da no sirve para su mejora, entonces es mejor que vaya a instituciones que lo utilicen para otras personas que sí lo puedan aprovechar. Eso es lo que aconsejamos, pero a nadie se le impide dar limosna, ni a ellos mendigar", razona la asistenta parroquial Pilar Abia.

Pero son argumentos con los que Ramón no está dispuesto a comulgar. "No pienso nagociar, estoy dispuesto a morir en el intento si hace falta", contesta. Se le ve muy seguro. Y los que le conocen no dudan de la tozudez de este antiguo emigrante que trabajó en Alemania y Suiza como obrero industrial. Una insistencia que algunos incluso consideran que puede llegar a ser peligrosa.Hace tres años, el hombre fue detenido y condenado por apuñalar a otro mendigo en la puerta de la iglesia. Ramón pasó un año y medio en la cárcel. "Me dio un arrebato. Era un tipo que me amargaba, me insultaba sin parar y, al final, se me hincharon los cojones y le di una puñalada. Ahora somos amigos", dice un Ramón sonriente. Tiene los dientes careados y los ojos pequeños, muy fijos en todo aquel que pasa por su iglesia, ésa en cuyo portal se ve un vigilante y una leyenda que dice: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os aliviaré".

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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