La solitaria frutera de la tercera planta
El concejal de Comercio, Jorge Barbadillo, opina que "cada mercado es un mundo". Los hay muy antiguos y casi vacíos, como el de Atocha, inaugurado en 1930, o clausurados definitivamente, como el de la calle de Montamarta, en San Blas, propiedad de la Comunidad: los dirigentes del PP lo tapiaron el año pasado para que los drogadictos no tomaran sus dependencias, abandonadas después de las protestas vecinales.El de la calle de Ibiza también tiene su historia particular. Fue abierto en 1954, cuando nadie pensaba en hipermercados y las grandes superficies en la periferia de la ciudad no existían sino en los planes de empresarios con mucha imaginación. Por entonces, un centenar largo de puestos llenaba las tres plantas.
Si el visitante sube ahora al tercer piso se encuentra un paisaje solitario lleno de pues tos abandonados que parecen jaulas verdes, estanterías vacías y cajas arrumbadas desde hace años. Sólo una tienda sigue abierta, la de la frutera Amalia Brazuelo, de 63 años, instalada en esa tercera planta desde que abrió el mercado: "Antes, todo estaba lleno de gente, pero fueron pasando los años y se fue jubilando la gente y marchándose para siempre". A la mujer no le molesta la soledad: "Tengo mis clientas, que son fieles y vienen desde hace años, y así estoy más ancha y tengo más espacio".
Otro mercado con episodio y planta tercera: el de Ventas. El Ayuntamiento invirtió ahí cerca de 500 millones para acondicionarlo y crear un piso superior con tiendas de productos no alimenticios. Pero hubo un fallo: la gente que va a por comida no sube, no ve las tiendas y no compra nada. La mayoría de estos tenderos de la tercera planta no ganan para sobrevivir y quieren irse. Excepto una peluquera que acertó y sí que tiene clientes.
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