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La tribu de los patinadores

Los "chicos malos" del patín en línea toman la Castellana con sus cabriolas urbanas

Son el terror del mobiliario urbano. Cualquier rampa, escalinata, barandilla o apacible banquito de madera es para ellos un irresistible objeto de deseo. Los zangolotinos del patín en línea brincan, hacen volatines y desafían las más elementales normas del equilibrio, pero no se sienten deportistas: las cabriolas, más allá del interés competitivo, son sus señas de identidad, su forma de ver la vida. Ayer lo demostraron, entre abrazos y palmadas de camaradería, al socaire del estadio Santiago Bernabéu, donde 80 chavales participaban en la primera Copa de España de esta gimnasia-filosofía. Nunca antes le habían salido a la solemne Castellana unos aires tan decididamente grunge.Hay en estos muchachos numerosos elementos comunes, tribales. Les gusta llevar perilla, colgarse aros en las orejas o la nariz y vestir pantalones anchos, caídos un palmo por debajo de la cintura. Si con tal maniobra asoman al exterior los calzoncillos, mucho mejor. Y no hay en ello un ápice de picardía, sino un colosal afán de transgresión. "La verdad, yo he tardado algún tiempo en comprenderlos", confesaba Fernando de Portugal, portavoz de la organización, dispuesto a echar la culpa a sus 30 años del ineludible salto generacional. Y abundaba: "Se tratan como hermanos, duermen unos encima de otros, se lo prestan todo. Les gusta lo usado, lo viejo, lo cutre. Gente curiosa".

Ellos no reniegan de su leyenda de chicos malos, pero nada más concluir sus volteretas se muestran de lo más modositos. "La gente piensa que nos dedicamos a destrozar cosas, pero todo es mala fama, manías de las personas mayores", refuta Iván Malvido, un orensano de 16 años al que sus vuelos espeluznantes -"trucos", les llaman- ya le han dado el Campeonato nacional de Portugal. Abi Aguilar, de 15 años y recién llegado de Sevilla, era de parecida opinión: "Sólo fastidian unos pocos, tres o cuatro, pero los ayuntamientos se aprovechan de eso para no ponernos rampas en las ciudades".

De momento, Álvarez del Manzano puede estar tranquilo. En Madrid apenas ha calado aún este patinaje de la modalidad street ("calle", en inglés), de modo que las posibilidades de los bancos municipales o de sus queridos chirimbolos están aún por explorar. De los 80 jóvenes que compitieron ayer, sólo cinco eran madrileños, y no todos de la capital. José Carlos Alarcón, por ejemplo, vive en Alcorcón, uno de los pocos municipios con infraestructura patinera en la Comunidad. "Bah, y sólo son un par de cositas muy malas", advierte.

A la caída de la tarde, cuando cesan las piruetas, los patinadores se consagran a la también muy mancomunada tarea de reponer fuerzas. Es el momento de devorar hamburguesas y de ingerir litros y litros de esas bebidas reconstituyentes de nueva generación que tanto recuerdan, por color y por sabor, al clásico jarabe para la tos. Algunos, más tarde, tentarán a la suerte enganchándose a algún coche en plena calzada. "Da miedo, pero también mucho morbo. Al menos, hasta que la poli te da algún susto ..." apunta Javier Álvarez, un simpático santanderino de 15 años. Pero en cualquier momento, cuando una buena barandilla se ponga a tiro y resuenen en la cabeza unos guitarrazos de hard core, preferiblemente Offspring, la tribu volverá a levantar el vuelo.

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