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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Mancha

Madrid, viernes 23 de noviembre de 1996: una clienta va a entrar en el bar Casa Juan, calle de San Isidoro de Sevilla, 4. En ese momento cae sobre su chaqueta una mancha de mostaza; mira hacia arriba, no ve a nadie y pregunta a los empleados del bar si tienen idea de quién ha podido ser. Los empleados, sin encomendarse a Dios ni al diablo, dicen que pueden haber sido dos "niños rubitos" que viven en el segundo piso de la vivienda. La señora de la mostaza no se pierde la fiesta y, cuando ésta tiene fin, llama a la policía y hace su denuncia contra los padres de los dos "rubitos", sin otra información que la que le han dado los empleados del bar. Por cierto, que uno de estos "rubitos" acaba de cumplir siete años y el otro tiene cinco. A los pocos días se recibe en casa de mis hijos, que son los padres de los "rubitos", una citación de la policía del distrito de Arganzuela para que los padres o tutores se presenten allí acompañados de los niños. El sobre de esta citación no venía a nombre de nadie en particular, sino al de los inquilinos del piso 2º B.Con temor y asombro, sin saber de qué podía ir la cosa, se presentan mi nuera y los niños en dicha comisaría. Después de saber de qué va la cosa, da una explicación que se supone que tenía que ser definitiva, es decir, que puede demostrar que ese viernes, casi a las siete de la tarde, había partido toda la familia a pasar el fin de semana a la casa que tiene en Navafría (Segovia) y que podían verificarlo por los muchos testigos que les vieron.

No sé si en estos casos la declaración de un familiar es tomada en cuenta. Pero yo atestiguó que les vi en el pueblo el fin de semana, porque estuve con ellos.

Hasta aquí todo parece un trámite policial, y la cosa, aunque dejó mal sabor de boca, quedó olvidada.

El gran disgusto, el miedo, el sentimiento de desamparo ante la justicia, vino hace tres días, cuando una asistente social del Tutelar de Menores de Madrid se pone en contacto con mis hijos y advierte que ya que ellos no pueden presentarse en su oficina porque a esas horas estaban en su trabajo, ella tenía la obligación de ir a su domicilio para hacer averiguaciones de si los niños estaban atendidos, si sus padres tenían buen trato para con ellos y tomar otra serie de datos. ¡Dios, todo ello a unos padres responsables, que trabajan para que sus hijos no carezcan de lo necesario, que les educan y los aman!

Es para clamar al cielo. Y, para más inri, esta asistente añade que, si se niegan a recibirla, "no sabe lo que puede pasar". Mis hijos lloraban cuando me contaban esto. Yo estuve en la comisaría de Arganzuela, y después de esperar tres horas a que me recibieran, lo único que logré de ellos fue el consejo de que olvidásemos los apasionamiento y recibiésemos al ángel justiciero con una sonrisa, incluso que le invitásemos a café.-

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