Luz sobre Schönberg
El segundo concierto de Barenboim y de la Staatskapelle de Berlín superó en éxito, si cabe, al primero. Y esto a pesar de que entre el Preludio de Lohengrin y la Sinfonía en do, "la grande", de Schubert, sonaron las Cinco piezas opus 16 de Arnold Schönberg que, todavía, muchos asiduos reciben de mala gana y acogen con displicencia. Ya es curioso que una música de 1909, que será dentro de tres años representativa de principios del siglo pasado, siga teniendo para muchos la consideración de contemporánea y hasta vanguardista. Pienso, por el contrario, que estas piezas inconformistas, sinceras y objetivas se corresponden perfectamente con su época y su circunstancia y que todo musicófilo debe seguirlas con ánimo penetrante, pues quizá contienen menos secretos de los que se piensa aunque contradigan los usos tradicionales pervivientes todavía con inusitada potencia. Además, Daniel Bareriboim hizo una versión excelente por expresiva y clarificadora en la iluminación de todas las momentaneidades y la estructura del conjunto. El mismo año de las piezas, compone Schönberg el monograma Erwartung, para soprano y orquesta, que goza de más favorable recepción quizá por el apoyo que otorga la voz y el sostén del argumento. Cierto que el público tropieza con un inconveniente añadido: la escasa programación de la música de Schönberg, salvo la bellísima y preludial Noche transfigurada, de 1899. Quien lo dude que repase el repertorio de la ONE.Inmenso testamento
Daniel Barenboim
Ciclo Orquestas del Mundo (Ibermúsica / Caja de Madrid). Staatskapelle Berlín. Director: D. Barenboim. Auditorio Nacional. Madrid, 15 de abril.
En estos momentos, Barenboim dirige Lohengrin en el Chatêlet de París y desde hace años es nombre asiduo en Bayreuth. No es de extrañar que la calidad interpretativa del Preludio fuera de primer orden. Tampoco podía darnos menos de lo que esperábamos en la Sinfonía en do, ese inmenso testamento de Schubert que sintetiza tantas cosas yanuncia tantas otras: el sinfonismo de Bruckner entre ellas. A lo largo de 50 minutos, la Staatskapelle y su titular desplegaron la magia de estos pentagramas trascendentes creados a partir de ideas íntimas y sencillas que, a su vez, son también vivencias. No obstante, la claridad de líneas, el recurrente juego de motivos, el continuo cantar y el incesante ritmo de cada movimiento, esta sinfonía comporta algo de misterioso. Es como una gran interrogación alzada sobre el panorama del romanticismo. Entusiasmó a Schumann, alimentó no pocos rincones de Brahms y acaso inconscientemente indujo a Bruckner en su antaño problemático y hoy triunfante sinfonismo.
La versión bastaría por sí sola para reconocer el alto magisterio de Barenboim y constatar la vía siempre ascendente de su pensamiento musical y de su técnica. Al final del concierto el entusiasmo del público se desbordó, aunque el director renunció al añadido de propinas placenteras cuando no exhibicionistas. El curso próximo retornará Barenboim en su condición de pianista fuera de serie. Y es que uno de los grandes atractivos de este artista excepcional es precisamente su singularidad: ser él y sólo él incluso frente a sus modelos más queridos y admirados. No en vano le decía siempre a Celibidache: "Soy tu mejor discípulo, pues nunca di clases contigo". Entonces el rumano dibujaba una amplia y afable sonrisa no se sabe si para darle la razón o para ocultar una íntima respuesta: "Que te crees tú eso".
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