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Vargas Llosa, en el volcán

El escritor hispano-peruano vive en directo la violencia entre israelíes y palestinos

"¡Tanto odio, mira cuánto odio!". Mario Vargas Llosa repite esas palabras con creciente tono de asombro. También hay decepción y rabia en su expresión mientras penetra con cautela en los dos violentos mundos que contiene Hebrón, desde hace semanas epicentro de cruentos combates entre manifestantes palestinos y el Ejército israelí. "¿Cómo es que se va a poder arreglar esto?", me estaba preguntando cuando los frenéticos bocinazos de una furgoneta blanca, conducida a toda velocidad por un colono judío, nos obligan a saltar en la calle y aun así pasa una exhalación técnicamente tangible. "Cabrón", exclamo yo. "Qué estúpido. Por poco nos mata", dice Vargas Llosa, agachado, con las manos en los bolsillos.Antes de llegar a ese punto, a las puertas del asentamiento judío de Beit Hadassa, Mario y Patricia Vargas Llosa habían recibido su bautizo de fuego en Palestina. Entrar en Hebrón es fácil. Pasar del lado palestino al otro -el controlado por el Ejército israelí, que arma, abastece y protege a los aproximadamente 250 colonos judíos y a los 200 estudiantes de teología de las yeshivas, como los que mataron a quemarropa a un palestino de 24 años el día de esa excursión, el pasado martes- exige cuatro cosas: una, tomar la calle de Shalala (calle de la Catarata); dos, llegar hasta la primera barricada de chavales que destruyen bloques de cemento arrojándolos sobre el pavimento para producir munición; tres, seguir caminando hasta las brigadas de tirachinas y toparse metros después con el cordón con el que jóvenes policías palestinos de uniforme negro tratan de contener el furioso avance de los chavales, y cuatro, explicar a éstos la ocupación exacta de uno en semejante alboroto. "Sahafi" es, seguramente, la primera palabra árabe que Vargas Llosa ha aprendido en este viaje. Quiere decir "periodista".

"¡Usted aquí!", dice sorprendido el reportero del semanario norteamericano Newsweek Mark Dennis. No hay tiempo de conversar. Patrick Cockburn, el veterano corresponsal irlandés del diario británico The Independent, propone que "quizá sea una buena idea considerar la oportunidad" de tomar un callejón adyacente para circunvalar el territorio de nadie en medio de la fantasmagórica calle de Shalala y pasar al lado judío. Doblar la esquina, descubrir una patrulla de soldados israelíes agazapados bajo un toldo metálico y constatar que en Oriente Próximo no hay tregua que dure tomó menos de un segundo.

Bajo una lluvia de piedras palestinas, disparos israelíes, gritos y arengas de los niños palestinos que tomaron las azoteas, toparse con soldados israelíes con armas automáticas en ristre y rostros asustados fue un trámite veloz, pero aparatoso. Como ninguno de los periodistas que le acompañábamos, Vargas Llosa no tenía casco. Se llevó la mano derecha a la cabeza y trotó hasta el próximo, toldo de zinc de un negocio cerrado. Su mujer llevaba ventaja:se puso el bolso sobre la cabeza. Lo único que dijo fue un "vaya, vaya" limeño mientras nos reagrupábamos jadeantes en una esquina.

Un hombre barbudo, con gafas oscuras y circulares, que llevaba un abrigo beis y sobre éste una ametralladora Uzi con cargador de repuesto, un personaje tarantinesco, fue la primera visión que a Vargas Llosa le ofreció el encuentro con la diminuta, ultrarreligiosa y ultrabelicosa colonia de judíos en Hebrón. En el asentamiento judío de Beit Hadassa, a menos de 200 metros del lío que ese día dejó un saldo de tres muertos y 94 heridos (todos palestinos), Vargas Llosa le preguntó a otro colono: "Dígame, ¿cómo es posible que puedan vivir aquí con sus niños, en medio de tanto odio?". El hombre no quiso dar su nombre, pero hablando en un inglés con fuerte acento francés dijo que el problema "son los árabes". "Aquí, todos los judíos vivimos felices", apuntó; "mire a nuestros niños". Algunos se columpiaban, otros subían y bajaban en patinetes. "¡Qué niñez, qué vida! Es que esto no se puede entender", dijo Vargas Llosa pensando en los combatientes judíos y musulmanes. "Todos son niños". ¿Escribirá Vargas Llosa algo sobre su viaje a Israel y a Palestina? El autor de La guerra del fin del mundo, y que acaba de publicar su última novela, Los cuadernos de don Rigoberto, dice que quizá.

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