Fosfenos incestuosos
Lo primero que se ve al penetrar el cuerpo de Madrid, igual que al practicar el desenfreno sexual, no es la carne, sino el conjunto de fosfenos que ésta despide bajo la presión de determinadas circunstancias venéreas. Los fosfenos son ese conjunto de puntos brillantes que cruzan el cerebro al apretar los ojos con los puños y que en las calles adquieren la forma de soportes publicitarios. El que más canta esta primavera es el de Calvin Klein, que anuncia calzoncillos y bragas de algodón con los cuerpos de un chico y de una chica, ya se entiende que respectivamente. La chica no tiene nada de especial, pero no puedes dejar de mirarla. Es lo más parecido a esa hermana de tu amigo en la que nunca te has fijado quizá porque la has visto crecer contigo, hasta que un día la sorprendes en ropa interior abriendo la nevera y se convierte en ese fosfeno rebelde que, ya no te puedes quitar de la cabeza. Nada de lo que lleva puesto es especialmente provocativo: unas bragas de algodón que podrían pertenecer a una monja de clausura y una camiseta como de andar por casa. Lo que excita precisamente es el aire casual, doméstico, recatado hasta cierto punto, pero, sobre todo, el hecho de que la chica sea un arquetipo de hermana del amigo de la infancia, lo que le da a la cosa una atmósfera moral de incesto de la que es imposible sustraerse. Además, el anuncio está en blanco y negro, que es el color de las fantasías sexuales culpables.El chico, en cambio, es un raro cruce de camionero matón y adolescente impúber. A diferencia de ella, no se aprecia un solo destello de inteligencia en su mirada. Además, lleva en el hombro un tatuaje que sin resultar brutal evoca la estética de la Legión. Tampoco puedes dejar de mirarlo, pero por el horror que produce pensar que sea el hermano de la chica anterior y que te sorprenda mirándole el culo mientras abre la nevera. Parece mentira que los dos anuncios hayan salido de la misma cabeza: debe tratarse de una persona profundamente dividida. En cualquier caso, ya sabemos que esta primavera las chicas vienen del pasillo de la casa de al lado, mientras que los chicos salen directamente de la cabina de un Pegaso. Sólo nos falta averiguar de dónde son los cantantes mamá yo quiero saber.
El Corte Inglés, nuestro productor de fosfenos políticamente correctos, se ha decantado, en cambio, por la anorexia. Lleva una temporada que no acierta: sé equivocó con Demi Moore, que en lugar de promocionar la primavera anunció el advenimiento de la silicona, y ahora ha vuelto a errar con un muchacho y una muchacha tan flacos y unisex que no se sabe bien dónde termina uno y comienza la otra. Además, llevan una camiseta, o lo que sea, tan, agresiva que no te queda más remedio que correr en dirección a Calvin Klein, incluso en su vertiente masculina o legionaria, tan deleznable. Lo que sí transmite. esta pareja anoréxica, con cada uno de sus miembros en un extremo de la valla es uña impresión fraternal, lo que confirma la tendencia incestuosa de la moda. Viva todo.
Hay que decir en descargo de El Corte Inglés que quizá no aspira ya a hacer buenos anuncios, sino a convertirse, en el paisaje de la publicidad del mismo modo que El Quijote es el paisaje de la novela. Eso no se lo quita nadie, de momento. Uno, siempre que llega a uña ciudad desconocida, lo primero que hace es visitar la catedral y El Corte Inglés, no siempre por este orden. Si algún defecto tiene el extranjero es que al salir de la catedral no sabes dónde meterte a cultivar la claustrofobia que proporcionan los grandes edificios sin ventanas.
Así está la realidad fosfénica de la presente primavera en nuestras calles. Hay otros, anuncios, pero conforman un revoltijo indiferenciado de tabacos, ginebras, colonias y teléfonos móviles que no provocan la menor conmoción sexual o intelectual en el usuario. Se echa en falta, eso sí, la compañía que nos hacía Maribel Verdú en las marquesinas de los autobuses. No sabemos dónde ha podido irse en ropa interior como la habíamos dejado, pero estamos seguros de que regresará pronto, quizá en bañador, para darnos esa impresión de continuidad tan familiar que hay en su rostro. Otra vez lo familiar: el incesto. La moda es perversa por naturaleza.
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