Todos aman a Thatcher
Una de las peculiaridades de la presenta campaña electoral británica es que el partido que gobierna y el que aspira a sucederle parecen haberse intercambiado los papeles. Al contrario de lo habitual, son los conservadores quienes han elaborado un programa más completo, lleno de propuestas osadas: privatización de las pensiones, desgravación fiscal para los matrimonios... Los laboristas, aspirantes a conquistar el poder tras 18 años de exilio, han optado por la prudencia más absoluta. En primer lugar, porque lo que ofrece el nuevo laborismo por encima de todo es un líder poderoso. Con Tony Blair convertido en la medida del partido, dispuesto a cambiar la filosofia de gobierno y a hacer del Reino Unido un territorio donde reine la paz, la armonía entre razas y colores y se imponga el amor al prójimo, quizás los laboristas no necesitan programa.La verdadera medida de su osadía está en un programa electoral modesto donde no aparecen por ningún lado las aspiraciones del viejo laborismo. "Los aspectos esenciales de la legislación sindical de los años ochenta permanecerán" dice el texto presentado el jueves por Tony Blair. La antigua primera ministra, Margaret Thatcher, artífice de la legislación citada debió estremecerse de placer al enterarse. Y no sólo eso, los laboristas aceptan -en algún caso como inevitable mal menor- todas las privatizaciones llevadas a cabo por los tories, incluida la última: la de los ferrocarriles británicos, que Blair prometió paralizar si llegaba al poder. El número dos laborista, Gordon Brown, reconoció el mismo jueves que el partido asumirá también con toda probabilidad la propuesta conservadora de vender el Control de Tráfico Aéreo. Hay que sacar de donde sea los 1.500 millones de libras necesarios para financiar las promesas.
Por ejemplo, las relativas a la educación. Gran prioridad de los tres principales partidos británicos, y eso incluye a los liberal-demócratas que presentaron ayer su programa. Los conservadores están a favor de escuelas cada vez más selectivas e independientes de la tutela oficial. Los laboristas, al contrario, están decididos a retirarles las subvenciones oficiales -destinadas a becas para alumnos brillantes, pero sin medios económicos- a las escuelas privadas. "Quiero para los hijos de los demás lo mismo que para los míos", dijo Blair en la presentación del programa. Sorprendente afirmación porque los dos hijos mayores del líder laborista, de 11 y 13 años, acuden a una escuela católica selectiva y gratuita enteramente subvencionada por el Estado. Exactamente la clase de escuela anatematizada por el viejo laborismo.
En todo caso, ni laboristas ni tories explican claramente de dónde saldrá el dinero para sus reformas. Sólo los liberal-demócratas lo hacen. Paddy Ashdown, el líder del tercer partido británico, promete subir los impuestos para financiar los 10.000 millones de libras que quiere invertir en el sistema educativo en los próximos cinco años. Uno de los pocos privilegios de un partido que nunca llegará al poder es eliminar mentiras en la campaña.
Hay terrenos, no obstante, en los que los tres partidos coinciden. Por ejemplo: ley y orden. Todos abogan por la necesidad de más policía en la calle, más rapidez en la llegada de los delincuentes juveniles a los tribunales (laboristas), más dureza en las sentencias (conservadores).
Laboristas y liberal-demócratas son partidarios de la misma reforma constitucional, algo más profunda en el caso de los últimos, obsesionados con instaurar un sistema electoral de representación proporcional.
La diferencia esencial de los manifiestos reside curiosamente más en el tono en el que están redactados que en el contenido. El triunfalismo y patriotismo tories resultan insuperables. He aquí algunos ejemplos: "El Reino Unido es admirado en el mundo entero". "El Reino Unido es líder mundial". "La tolerancia, civismo y respeto han sido siempre señas de identidad de nuestro país". "El Reino Unido ha sido bendecido con algunos de los más hermosos paisajes de Europa".
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