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La búsqueda de un agnóstico

Carl Sagan, el famoso científico y escritor, nunca pidió a nadie que rezara por él, aunque al final de su enfermedad mucha gente lo hizo. (...) Las elevaron (si es que las oraciones se elevan) al cielo que Sagan nunca había visto en todos sus años de escrutar el firmamento, y fueron oídas (si es que las oraciones son oídas) por el Dios que Sagan nunca invocó. Y Dios (si es que existe) dejó morir a Sagan, a finales del año pasado (...). Pero murió en lo que para él equivalía a un estado de gracia: resistiéndose a la única tentación a la que casi todo el mundo se rinde al final, la tentación de creer. (...) Sagan tenía un desdén particular por las oraciones petitorias (...). ¿Necesita Dios que se le recuerde que alguien está enfermo?, preguntaba Sagan. ¿O lo sabe, pero no quiere hacer nada sobre el asunto hasta que alguien se lo pida? Por supuesto, muchos creyentes han luchado con estas mismas preguntas. (...) Más tarde contrajo neumonía, como efecto secundario de su tratamiento con radiaciones. Sus amigos rezaron con más fuerza, pero Sagan nunca flaqueó en su agnosticismo. "No hubo conversión en su lecho de muerte", dijo su mujer, Ann Druyan. "Ni llamadas a Dios, ni esperanza en otra vida, ni pretensión de que él y yo, inseparables durante 20 años, no nos estábamos diciendo adiós para siempre". ¿No quería creer?, le preguntaron. "Carl nunca quiso creer", respondió ella furiosamente. "Quería saber". 31 de marzo

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