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Brasil: contradicciones sin alternativas

"Nuestro problema es que no hay oposición. O no dicen nada importante. No es lógico ni bueno que sea el presidente, condicionado como está, el único, o casi, en hacer propuestas políticas innovadoras". Resumo una reciente conversación con dos destacados intelectuales de izquierdas, amigos y miembros del Gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Pero su discurso era crítico y autocrítico, de alguien que reclamaba propuestas alternativas.Poco antes, el presidente de Cebrap (centro de estudios fundado y presidido" durante mucho tiempo por FHC) había publicado un extenso artículo en el Estado de Sáo Paulo (16 de febrero de 1997) que causó cierta sensación, Uno de los intelectuales considerados más próximo al presidente hacía una fuerte crítica al estilo presidencial. Su tesis: el afán de compromiso con una clase política oligárquica e inmovilista -que ha permitido ahora obtener una clara mayoría parlamentaria para aprobar el principio de reelección- se traduce en un Gobierno heterogéneo y, paralizado, incapaz de promover las reformas económico-sociales e institucionales que son la razón de ser de la presidencia del socialdemócrata Cardoso.

En los últimos años he tenido la ocasión, por motivos profesionales, de visitar con cierta frecuencia algunas grandes ciudades brasileñas: Río y Sáo Paulo especialmente, y algunas veces Brasilia, Porto Alegre, Belo Horizonte, Recife, Salvador de Bahía. Las ciudades, tanto en su dimensión urbana como política, expresan bien una situación caracterizada por más contradicciones que alternativas, y en consecuencia por el desfase entre las propuestas o intenciones reformadoras de los poderes públicos y los medios (y a veces, la voluntad real) para llevarlas a cabo.

Las contradicciones son visibles. No hace falta saber el dato de que si el 40% de la población brasileña tiene una renta superior a 20.000 dólares, otro 40% se sitúa por debajo del nivel de pobreza. Ni que mientras una parte importante de la población trabajadora urbana cobra el salario mínimo (unas 16.000 pesetas mensuales), los bastante extensos sectores profesionales tienen casi siempre varias personas a su servicio personal. Es suficiente observar la calle. El tamaño y el lujo de los shopping centers prueban la existencia de una importante demanda solvente. Y no es difícil descubrir que no todos los que duermen en la calle son sin casa, sino que no pueden pagarse cada día el transporte público.

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A nivel de todo Brasil, el debate sobre la gran política es más bien blando, superficial. Las grandes cuestiones de política económica dan lugar evidentemente a polémicas y confrontaciones. Sobre las privatizaciones incluso puede hablarse de un frente anti en el que convergen gran parte de la izquierda tradicional y sectores militares nacionalistas. La reforma agraria es siempre una cuestión pendiente y los violentos enfrentamientos con el Movimiento de Trabajadores sin Tierra (MTST) confirma su conflictividad. Las intenciones redistributivas del Gobierno de FHC (Brasil es probablemente el país de América Latina, después de Haití, con una distribución más desigual del ingreso) chocan con fuertes resistencias de sectores medios y altos, tanto por lo que se refiere a una mayor progresividad impositiva (necesaria para financiar los servicios de salud y educación) como por el aumento del salario mínimo. Sin embargo, nadie discute seriamente la importancia de la estabilidad monetaria y el éxito del Plan Real que implantó FHC como ministro de Hacienda. De una hiperinflación que alcanzó el 1.000% en 1994 se ha pasado al 10% anual, con los consiguientes efectos económicos y psicológicos: aumento del consumo y del crédito de sectores medios y bajos, mayores inversiones productivas (incluidas las extranjeras: 1.000 millones mensuales), autoestima y confianza en el futuro de la población. Brasil desempeña un papel preponderante en el Mercosur, que avanza con más dinamismo del previsto, lo cual ha llevado a la progresiva inserción de Chile, antes reticente y prepotente, y al creciente interés de los países andinos. La necesidad de la apertura económica y de la desburocratización de la economía tampoco tienen oposiciones rigurosas. Incluso en los temas conflictivos citados (reforma agraria, privatizaciones), el Gobierno federal encuentra más resistencias defensivas que alternativas creíbles.

En las cuestiones de reforma política, el balance es menos positivo. Es cierto que FHC ha conseguido una importante victoria política en el tema de la reelección al superar los tres quintos de votos necesarios en el Parlamento. Lo cual consolida la imagen de tener una mayoría política. estable, a pesar de ser líder de un partido minoritario no siempre unido en torno al presidente. La reelección puede dar un nuevo impulso a la descentralización política y reforzar las autonomías de los Estados y de los municipios, pues incluye a gobernadores y alcaldes. Pero, por ahora, la voluntad reformadora del presidente en otros campos como el combate a la corrupción y al clientelismo, el respeto de los derechos humanos por parte de los cuerpos armados, la desburocratización administrativa o el desarrollo de nuevos mecanismos de participación cívica ha tenido menos éxito debido a las fuertes resistencias de redes oligárquicas de privilegiados... y a los compromisos suscritos para disponer de mayorías parlamentarias.

¿Podemos concluir, como se hace muchas veces, que en América Latina se practica una sola política, un pensamiento único, que combina el conservadurismo político y social con el liberalismo económico? Lo cual supone amalgamar Menem, Fujimori, Zedillo, FHC, etcétera. No es exacto. Incluso los radicales del MTST reconocen que no es lo mismo FHC que la derecha. El estilo democrático, la cultura política progresista, la vocación de progreso social, forman parte de la ideología y del proyecto presidenciales.

Sin embargo, el éxito de este proyecto se ve comprometido, a nuestro parecer, no tanto, o no sólo, por alianzas a veces contra natura con sectores conservadores (que lleva al Gobierno, en ocasiones, del centro-izquierda al centro-derecha), sino por la debilidad de alternativas, tanto de proyectos como de líderes. Es sintomático que ante las próximas presidenciales la principal preocupación de los opositores fuera impedir la presentación de FHC. No aparecen presidenciables con posibilidades. Los nombres que se barajan están desgastados, como Lula y Brizzola (izquierda) o Maluf (derecha), perdedores en anteriores contiendas, o son ex presidentes de perfil confuso como José Sarney o Itamar Franco. Existen nombres nuevos, políticos con futuro, gobernadores (o ex) como Jaime Lerner o Ciro Gomes, o ex alcaldes como César Maia (Río) o Tasio Genro (Porto Alegre), pero están aún poco colocados a nivel nacional, y por ahora no aparecen como portadores de proyectos alternativos. Mis interlocutores citados al principio tenían razón. Un problema del proyecto reformista de FHC es la falta o la debilidad de propuestas críticas radicales, que aparezcan ante la opinión pública como necesarias, movilizadoras y capaces de impulsar y negociar cambios políticos. La izquierda moderada y gestionaria que gobierna aliada al centro necesita la existencia de la otra izquierda, competente para presentar propuestas alternativas y fuerte para ejercer presiones colectivas. O en lenguaje más clásico: las prácticas reformistas necesitan el estímulo de las ideas revolucionarias. O, si lo prefieren, el plato del realismo político no es transformador ni digerible sin la sal de la pasión de las ideas sociales.

Jordi Borja, es urbanista.

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